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hacia Catalina y que yo no puedo hacer lo que hace mi alma
(estas palabras están subrayadas en la carta), aunque creo que
tampoco nadie en esa casa tiene por qué esperarme. Pero que
Eduardo no piense que es por olvido o por falta de cariño. Que
se figure lo que le parezca más acertado.
El resto de esta carta va dirigido a ti. Contéstame, ante todo, a
dos preguntas:
La primera es ésta: ¿Cómo te las arreglabas para llevarte bien
con todos cuando vivías aquí? Porque yo no encuentro el modo
de entenderme con los que merodean.
La segunda pregunta me interesa mucho: Heathcliff, ¿es un ser
humano? Y si lo es, ¿está loco? ¿O es un demonio? No hace
falta que te explique los motivos de estas preguntas. Explícame
tú, si puedes, cuando vengas a verme, qué clase de ser es este
con el que me he casado. No me escribas, pero cuando vengas
procura que Eduardo te dé algún recado para mí.
Te voy a contar la acogida que me han hecho en las Cumbres,
mi nueva casa, al parecer. Te lo cuento por entretenerme, no
para quejarme de tales o cuales faltas de comodidad. ¡Si esto
fuera lo único que hubiera de malo y lo demás no existiera, creo
que me pondría a bailar de júbilo!
Cuando terminábamos de cruzar los pantanos, ya se ponía el
sol: debían ser sobre las seis. Heathcliff perdió media hora en
inspeccionar el parque y los jardines, con lo cual ya era de
noche cuando nos apeamos en el patio enlosado de la quinta.
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