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que es quien me ha traído aquí, supongo que con el
consentimiento de usted.
—¿De manera que él ha vuelto? —preguntó el solitario, con un
repentino fulgor en su mirada de lobo hambriento.
—Sí—dije—, pero me dejó a la puerta de la cocina, y cuando
quise entrar, su hijo me ahuyentó azuzando un perro contra mí.
—¡Veo que el maldito villano ha cumplido su palabra! —rezongó
el hombre, mirando tras de mí como si buscase a Heathcliff.
Ya me arrepentía de haber llamado a aquella puerta, y me
disponía a marcharme, cuando él me mandó pasar y cerró la
puerta con llave. En la habitación había un gran fuego, que
constituía la única iluminación de la estancia. El suelo era de un
sucio tono grisáceo, y los platos, que siendo yo niña me
llamaban tanto la atención por su brillo, estaban cubiertos de
polvo y de moho. Pregunté si podía llamar a la doncella para
que me llevase a mi habitación. Earnshaw no se dignó
contestarme. Se paseaba con las manos en los bolsillos,
completamente ajeno a mi presencia al parecer, y tal era su
profunda abstracción y tan misantrópico aspecto presentaba,
que no me atrevía a importunarle una vez más.
No te asombrarás, Elena, de que te diga que me sentí muy
triste en aquel hogar inhospitalario, mil veces peor que la
soledad, y, sin embargo, situado a sólo seis kilómetros de mi
antigua y agradable casa, donde habitan las únicas personas a
quienes quiero en el mundo. Pero era lo mismo que si en lugar
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