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de seis kilómetros nos separara el Océano. Un abismo
infranqueable, en todo caso...
La pena que más me angustiaba era la de no tener a quien
recurrir para hallar un amigo o a un aliado contra Heathcliff.
Por un lado, me alegraba de haber ido a vivir a Cumbres
Borrascosas para no tener que estar sola con él, pero sabía ya
cómo era la gente de esta casa, y no temía que interviniese en
nuestros asuntos.
Durante un largo y angustioso rato permanecí entregada a mis
reflexiones. Sonaron las ocho, las nueve, y mi acompañante
continuaba entregado a su paseo, inclinando la cabeza sobre el
pecho y guardando absoluto silencio, excepto alguna amarga
exclamación que se le escapaba de cuando en cuando. Procuré
escuchar con la esperanza de oír en la casa la voz de alguna
mujer, y me sentí embargada de tan lúgubres angustias y tan
dolorosos pensamientos, que al fin no pude contener una crisis
de llanto. Ni yo misma me di cuenta de cuánta era mi aflicción
hasta que Earnshaw, sorprendido, se paró ante mí.
Aprovechando aquel momento, exclamé:
—Estoy fatigada y quisiera descansar. ¿Quiere decir me dónde
está la doncella para ir a buscarla, ya que ella no viene a
buscarme a mí?
—No tenemos doncella —repuso. —Tendrá usted que cuidarse a
sí misma.
—¿Y dónde voy a dormir? —dije, sollozando.
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