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No brillaba una sola luz. En Cumbres Borrascosas no se veía

                  resplandor alguno, mas ella aseguraba que distinguía las luces

                  de la casa.



                  —¡Mira! —gritó. —Aquella luz es la de mi cuarto y aquella otra

                  del desván donde duerme José. Sin duda está esperando que

                  yo vuelva a casa para cerrar la verja. Aún tendrá que esperar


                  un buen rato. Es un mal camino, muy desagradable de recorrer.

                  Hay que pasar por la iglesia de Gimmerton. A menudo nos

                  hemos desafiado a permanecer entre las tumbas llamando a

                  los muertos. Heathcliff: si te desafío ahora, ¿te atreverás?


                  Podrán sepultarme si quieren, a cuatro metros de profundidad

                  y hasta ponerme la iglesia encima, pero yo no me quedaré allí

                  hasta que tú no decidas quedarte también conmigo.



                  ¡Nunca!


                  Hizo una pausa, y dijo luego, con una extraña sonrisa:


                  —Estás pensando en que sería mejor que fuese yo a buscarte...

                  Bueno; pues encuéntrame un camino que no pase por el


                  cementerio. ¡Qué despacio vas! Cálmate: me seguirás siempre.


                  Comprendiendo que era inútil razonar con ella, ya que

                  evidentemente tenía la razón alterada, me ocupaba en buscar


                  algo con qué cubrirla, cuando sentí rechinar el picaporte, y

                  entró el señor Linton, con gran consternación por mi parte.

                  Pasaba por el corredor, y al oírnos hablar, la curiosidad o el

                  temor, le impulsaron a penetrar en la alcoba.










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