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nada de su estado durante estos tres días! ¡Qué crueldad! ¡Oh,

                  Catalina está desfigurada, como si hubiese padecido una

                  enfermedad de muchos meses!



                  Me defendí de aquellas acusaciones. ¿Qué culpa tenía yo de la

                  aviesa inclinación de Catalina?


                  —Me constaba —dije— que la señora era terca y dominante,

                  pero ignoraba que usted desease fomentar su mal carácter. No


                  sabía que debiese tolerar los abusos del señor Heathcliff por no

                  contrariar a la señora. ¡Así me paga usted el haber cumplido

                  mis deberes de sirvienta leal! ¡Aprenderé para otra vez! En lo


                  sucesivo usted se informará de las cosas por sus propios ojos.


                  —Si vuelves a venirme con chismes, prescindiré de tus servicios

                  —repuso



                  él.


                  —Ya comprendo —repuse. —Por lo visto, el señor Heathcliff está


                  autorizado para hacer el amor a la señorita y para predisponer

                  a la señora contra el señor cuando usted está ausente.



                  Catalina, no por tener la mente algo perturbada, dejaba de

                  prestar oído atento a nuestra conversación.


                  —¡Oh, traidora Elena! —exclamó. —Ella es mi solapada enemiga.

                  ¡Bruja!



                  ¡Déjame, Eduardo, y verás cómo le hago arrepentirse!












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