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—Los tiempos han cambiado mucho desde entonces.


                  —Sí —comenté. —Habrá asistido usted a muchas

                  modificaciones...



                  —Y a muchos disgustos también.


                  «Haré que la conversación recaiga sobre la familia de mi casero

                  —pensé.


                  ¡Debe de ser un tema entretenido! Me gustaría saber la historia


                  de aquella bonita viuda, averiguar si es del país o no, lo cual me

                  parece lo más probable, ya que aquel grosero indígena no la

                  reconoce como de su casta...» Y con esta intención pregunté a


                  la señora Dean si conocía los motivos por los cuales Heathcliff

                  alquilaba la Granja de los Tordos, reservándose una residencia

                  mucho peor.


                  —¿Acaso no es bastante rico? —interrogué.



                  —¡Bastante rico! Nadie sabe cuánto capital posee, y, además, lo

                  aumenta de año en año. Es lo suficientemente rico para vivir en

                  una casa aún mejor que esa que usted habita, pero es... muy


                  agarrado... En cuanto ha oído hablar de un buen inquilino para

                  la granja no ha querido desaprovechar la ocasión. No

                  comprendo que sea tan codicioso cuando se está solo en el

                  mundo.



                  —¿No tuvo un hijo?


                  —Sí; pero murió.


                  —Y la señora Heathcliff, aquella tan guapa, ¿es su viuda?






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