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estaba tan fatigado y ella no dejaba de reprenderle, yo no

                  saqué en limpio sino que el amo había encontrado al chiquillo

                  hambriento y sin hogar ni familia en las calles de Liverpool, y


                  había resuelto recogerlo y traerle consigo. La señora acabó

                  calmándose y el señor Earnshaw me mandó lavarle, ponerle

                  ropa limpia y acostarle con los niños.



                  Hindley y Catalina callaron y escucharon hasta que la

                  tranquilidad se restableció. Y entonces empezaron a buscar en

                  los bolsillos de su padre los prometidos regalos. Hindley era ya

                  un rapaz de catorce años; pero cuando encontró en uno de los


                  bolsillos los restos de lo que había sido un violín, rompió a llorar;

                  y Catalina, al oír que el amo había perdido el látigo que le traía

                  por atender al intruso, demostró su disgusto escupiendo al

                  chiquillo y haciéndole despectivas muecas. Ello le valió un


                  bofetón de su padre. Los hermanos se negaron en absoluto a

                  admitirle en sus lechos, y a mí no se me ocurrió cosa mejor que

                  dejarle en el rellano de la escalera, esperando que se marchase


                  al llegar la mañana. Bien porque oyese sonar la voz del señor o

                  por lo que fuera, el chico se dirigió a la habitación del amo, y

                  éste, al averiguar cómo había llegado allí, y saber dónde yo le


                  había dejado, castigó mi despreocupación prescindiendo de

                  mis servicios.


                  Así se introdujo Heathcliff en la familia. Yo volví a la casa días

                  después, ya que mi expulsión no llegó a ser definitiva, y


                  encontré que habían dado al intruso el nombre de Heathcliff,

                  que era el de un niño de los amos que había muerto muy






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