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C A P Í T U L O V
Según transcurría el tiempo, el señor Earnshaw no iba siendo el
mismo. Tiempo atrás era un hombre enérgico y sano; pero
cuando sus fuerzas le abandonaron y se vio obligado a pasarse
la vida al lado de la chimenea, se convirtió en suspicaz e
irritable. Se ofendía por la menor cosa y se enfurecía ante
cualquier imaginaria falta de respeto. Especialmente podía
apreciarse cuando se pretendía hacer a su favorito objeto de
algún engaño o avasallarle. Velaba celosamente para que no le
molestasen de palabra, y parecía que tenía metida en la cabeza
la idea de que el cariño con que distinguía a Heathcliff hacía
que todos le odiasen y deseasen perjudicarle. Esto iba en
perjuicio del muchacho, porque como ninguno queríamos hacer
enfadar al amo, nos plegábamos a todos los caprichos de su
preferido, y con ello fomentábamos su soberbia y mal carácter.
En dos o tres ocasiones, los desprecios que Hindley hacía a
Heathcliff en presencia de su padre excitaron la cólera del
anciano, quien cogía su bastón para golpear a su hijo y se
estremecía de furor al no poder hacerlo por falta de vigor.
Finalmente, el cura (porque entonces había aquí un cura que se
ganaba la vida dando lecciones a los niños de las familias
Linton y Earnshaw y labrando él mismo su terreno) aconsejó
que se enviara a Hindley al colegio, y el señor Earnshaw
consintió en ello, aunque de mala gana, ya que decía que
Hindley era torpe y que no haría nunca nada de provecho.
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