Page 310 - Fantasmas
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FANTASMAS



          bre sus  talones  y su  hombro  chocó  contra  algo que  había  de-
          trás  de él, pero  que  no  sabía  qué era.  Entonces  atisbó  una  es-
          quina de la columna  cuadrada  situada  junto al colchón  y tuvo
          una  súbita  inspiración.  Se dio de lleno  con  la cabeza  contra  la
          columna  y conforme  caía al suelo  vio que una  flor.carmesí  se
          dibujaba  en  la escayola blanca.
                Se derrumbó  sobre el colchón,  que era  lo bastante  mulli-
          do como  para amortiguar el golpe. Tenía los ojos llorosos  y no
          podía ver  con  claridad,  todo parecía distorsionado.  Sobre  él ha-
          bía una  nube de humo  azul y le dolía el centro  de la cabeza.  Te-
          nía la cara  cubierta  de un  fluido frío y viscoso.  Cuando  el zum-
          bido en sus  oídos  cedió fue consciente  de dos cosas.  La primera
          era  el sonido,  el rugido distante  y amortiguado  de los aplau-
          sos,  un  sonido  que  llenó  sus  pulmones  como  si fuera  aire.
          George  Romero  avanzaba  hacia  él también  aplaudiendo,  y
          sonriendo  con  hoyuelos  en  las mejillas.  La segunda cosa  de la
          que  fue consciente  Bobby fue que  Harriet  estaba  acurruca-
          da contra  él, con  una  mano  apoyada  en  su  pecho.
                —-¿Te he tirado  al suelo?  —le preguntó.
                —Me  temo  que  sí —contestó  ella.
                —Sabía  que era  cuestión  de tiempo para que te acostaras
          conmigo —dijo Bobby.
                Harriet  dibujó una  sonrisa  de satisfacción  que  no  le ha-
          bía visto en todo el día. Su pecho empapado de rojo subía y ba-
          jaba con  cada respiración.
                El pequeño  Bob corrió hasta el colchón y saltó sobre ellos.
          Harriet  alargó un  brazo y lo atrajo hasta  colocarlo  entre  ella
          y Bobby. El niño  sonrió  y se  metió  el pulgar en  la boca.  La ca-
          ra  de Bobby estaba  cerca  de la del niño y de pronto  reparó  en
          el olor de su  champú,  un  aroma  a melón.
                Harriet  lo miraba  fijamente  por encima  de la cabeza  de
          su  hijo, todavía con  aquella sonrisa  en la cara.  Bobby dirigió la
          vista  hacia  el techo,  a las claraboyas  y al cielo  azul y almido-




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