Page 319 - Fantasmas
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Joe HiLL



     guía de cerca  y ambos  nos  apresuramos  hacia  la entrada.  No
     había ninguna luz que iluminara  la casa,  situada junto al agua.
     Mi padre había apagado los faros  del coche  y la casa  estaba  en
     un  bosque,  al final  de un  camino  de tierra  lleno  de baches,  sin
     farolas.  Detrás  de la casa  pude atisbar  el lago, como  un  aguje-
     ro  en  un  mundo  lleno  de pesada oscuridad.
          Mi madre  nos  abrió la puerta y empezó a dar las luces.  La
     cabaña  estaba  distribuida  en  torno  a una  gran  habitación  cen-
     tral con  techo  de madera  con  vigas vistas  y paredes hechas  de
     tablones  con  la corteza  roja descascarillada  por algunos sitios.
     A la izquierda  de la puerta  había  un  vestidor,  con  un  espejo
     oculto  por dos cortinas  negras.  Caminé a tientas  con  las manos
     en  los bolsillos  para  entrar  en  calor y me  acerqué  al vestidor.
     A través  de las cortinas  semitransparentes  vi una  figura difusa
     y pálida, mi propio reflejo oscurecido,  que acudía a mi encuentro
     en  el espejo. Sentí una  punzada de desazón  al verme,  una  som-
     bra sin rasgos  acechando  tras  las cortinas,  alguien a quien no
     reconocía.  Pero  entonces  aparté la cortina y me  vi, con  las me-
     jillas enrojecidas  por el viento.
          Estaba  a punto  de darme  la vuelta  cuando  reparé  en  las
     máscaras.  El espejo estaba  apoyado  en  dos delgados fustes, de
     cada uno de los cuales  colgaban  unas  pocas  máscaras,  de esas
     que  cubren  sólo  los  ojos y parte  de la nariz,  como  la que
     usa  el Llanero  Solitario.  Una  tenía  bigotes  y estaba  cubierta
     de purpurina.  Quien se  la pusiera parecería un  ratón vestido  de
     fiesta.  Otra  era  de terciopelo  negro  y habría  resultado  apro-
     piada para una  cortesana  de camino  a una  mascarada  eduar-
     diana.
          Toda  la cabaña  estaba  decorada  con  máscaras,  que  col-
     gaban de los pomos  de las puertas  y de los respaldos  de las
     sillas.  Una  grande y de color  rojo me  miraba,  furiosa,  desde
     la repisa de la chimenea,  un  demonio  surrealista  hecho  de pa-
     pel maché  lacado,  con  un  pico curvo  y plumas  alrededor  de




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