Page 97 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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unos  a  los  otros  con  vuestros  rifles  y  vuestros  cuchillos.  Sería  una  muerte

               piadosa, en comparación.
                    —Cierre el pico si no quiere que me la cargue —dijo Miller. La matrona
               enmudeció de inmediato.
                    —¿Qué hacemos con Ma? —preguntó Stevens.

                    —Está  listo  —dijo  Bane—.  No  podría  haber  acabado  peor.  Destripado
               como un puerco.
                    —No podemos abandonarlo.
                    —No, no podemos. —Ruark sacó su pistola de llave de chispa. Se acercó

               a Ma, le apoyó el cañón en la nuca y apretó el gatillo. Para Miller, en ese
               momento los últimos cinco años de su vida se borraron de un plumazo; se
               hundió a través del espacio y el tiempo en una de las fangosas trincheras de
               Francia, rodeado de explosiones y cuerpos descuartizados. No se había ido

               nunca, jamás había conseguido escapar.
                    Stevens apuntó a la matrona con el rifle. Lo bajó.
                    —No tengo estómago para disparar a una mujer. Chicos, en marcha.
                    —No llegaremos muy lejos en estos bosques a oscuras —dijo Ruark.

                    —Vayamos  a  la  torre  y  saquemos  a  Cal.  A  ver  qué  sucede  —sugirió
               Stevens.
                    —¡Sí!  —exclamó  la  matrona—.  ¡Sí!  ¡Entrad  en  la  casa  del  amo!  ¡Os
               recibirá con una sonrisa y los brazos abiertos!

                    —Silencio, arpía. —Stevens la amenazó con la culata del rifle—. Venga,
               muchachos. Busquemos al pobre Cal antes de que estos rufianes hagan caldo
               con él. —Una vez aprobado su plan, acogido con una mezcla de conformidad
               y renuencia, los hombres se alejaron de la casa comunal y los horrores que

               moraban en ella.
                    Miller  fue  a  la  puerta  de  la  empalizada  y,  tras  echarse  el  Enfield  al
               hombro,  apuntó  a  la  hilera  de  luces  y  efectuó  varios  disparos  en  veloz
               sucesión.  Una  de  las  lámparas  que  se  aproximaban  saltó  por  los  aires  y  el

               resto se apagó momentáneamente. Del campo se elevó un aullido de dolor.
               Miller  se  apresuró  a  recargar.  Corrió  en  dirección  a  la  torre,  donde  sus
               compañeros se habían reunido junto a la puerta de dos hojas. Algo aleteó a su
               izquierda:  el  faldón  de  un  abrigo  al  desaparecer  tras  un  montón  de  leña

               pulcramente apilada. Supo que los habían pillado. Mientras los aldeanos que
               ondeaban  sus  linternas  en  los  llanos  hacían  de  señuelo,  otros  se  habían
               acercado  discretamente  para  flanquearlos.  Apoyó  una  rodilla  en  el  suelo  y
               barrió el aire con el rifle, trazando un arco a su alrededor.







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