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padre de Henry, el loco, los había respaldado-. Pero si él se chiva, yo me chivo.
Una cosa por otra."
Eso ya no importaba. Lo que correspondía era deshacerse de la paloma. Dejaría
abierta la puerta de la nevera y después volvería con trapos y agua para limpiar.
Bien.
Patrick abrió la puerta que daba a su propia muerte.
Al principio quedó sólo desconcertado, sin poder captar lo que estaba viendo.
Para él no tenía sentido alguno. No había contexto. Se limitó a mirar fijamente, con
la cabeza inclinada a un lado y los ojos muy grandes.
La paloma no era sino un esqueleto rodeado por un montón de plumas. En el
cadáver no quedaba carne alguna. Y alrededor, pegados a las paredes interiores
de la nevera, colgando del congelador, balanceándose de las rejillas, había
decenas de cosas color carne que parecían grandes moluscos. Patrick vio que
apenas se movían, aleteando, como en un brisa. Pero no había brisa. Frunció el
ceño.
De pronto, una de aquellas cosasmoluscos desplegó alas de insecto. Antes de
que Patrick pudiese captar el simple hecho, el ser había volado por el espacio
abierto entre la nevera y el brazo izquierdo de Patrick. Lo golpeó allí con un sonido
hueco. Hubo un instante de ardor que pasó enseguida. Patrick sentía el brazo
como siempre... pero la carne pálida de aquella especie de molusco se puso rosa
y luego, con súbita brusquedad, roja.
Aunque Patrick no tenía miedo de casi nada, en el sentido que habitualmente se
da a la palabra (es difícil temer a las cosas que no son reales), había algo que lo
llenaba de asco y repulsión. A los siete años, cierto cálido día de agosto, había
descubierto, al salir del lago Brewster, que tenía cuatro o cinco sanguijuelas
adheridas a su estómago y sus piernas. Gritó hasta quedar ronco, mientras su
padre se las desprendía.
Ahora, en un mortífero arrebato de inspiración, comprendió que aquello eran
extrañas sanguijuelas voladoras. Habían invadido su nevera.
Patrick empezó a aullar mientras golpeaba aquella cosa pegada a su brazo, ya
hinchada casi como una pelota de tenis. Al tercer golpe, la cosa se abrió
repugnantemente. La sangre, "su" sangre, le chorreó desde el codo a la muñeca,
pero la cabeza del bicho, una especie de gelatina sin ojos, seguía prendida. En
cierto modo, era como la estrecha cabeza de un pájaro que terminaba en una
estructura similar al pico; pero ese pico no era plano ni puntiagudo, sino tubular y
romo, como la trompa del mosquito. Y esa trompa estaba hundida en el brazo de
Patrick.
Sin dejar de gritar, hizo una pinza con los dedos para arrancarse esa cosa
reventada. La ventosa se desprendió limpiamente seguida de un flujo de sangre
mezclado con un líquido como pus. Había dejado en su brazo un agujero del
tamaño de una moneda, aunque no le dolía.
Y el bicho, aunque reventado, seguía retorciéndose y buscando en sus dedos.
Patrick lo arrojó, giró sobre sus talones... y más sanguijuelas salieron volando de
la nevera y cayeron mientras él buscaba el tirador de la nevera. Se le posaron en
las manos, en los brazos, en el cuello. Una lo tocó en la frente. Cuando Patrick
levantó la mano para quitársela, vio otras cuatro bajo sus dedos; temblaban
apenas, mientras se iban poniendo de color rosa.