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convertiría; si Ben Hanscom hubiera estado allí para verla tal vez su corazón no lo
                habría resistido.
                   Estaba erguida en toda su estatura, con la cabeza inclinada a la izquierda, los
                ojos dilatados y el pelo peinado en dos trenzas que había rematado con dos
                pequeñas cintas de terciopelo rojo. Su postura era de concentración absoluta,
                felina. Había apoyado el peso del cuerpo sobre el pie izquierdo girando el torso a
                medias, como si fuera a correr tras Patrick. El pantaloncito desteñido dejaba
                asomar el borde de sus bragas amarillas. Más abajo se veían las piernas ya
                suavemente musculosas, bellas a pesar de las costras, los moretones y las
                manchas de polvo.
                   "Es una trampa. Te ha visto, sabe que probablemente no puede alcanzarte en
                una carrera y por eso trata de que te acerques. ¡No lo hagas, Bevvie!"
                   Pero otra parte de ella reconocía demasiado dolor y miedo en esos alaridos.
                Quería ver qué le había pasado a Patrick con más claridad, si algo había pasado.
                Quería, sobre todo, entrar en Los Barrens por un camino diferente para no
                presenciar esa locura.
                   Los gritos de Patrick cesaron. Un momento después, Beverly oyó que alguien
                hablaba... pero comprendió que era su propia imaginación. Oyó la voz de su
                padre, que decía: "Hola y adiós." Su padre no estaba siquiera en Derry ese día.
                Había salido hacia Brunswick a las ocho, con Joe Tammerly, para recoger un
                camión. Sacudió la cabeza como para despejarla. La voz no volvió a dejarse oír.
                Había sido su imaginación, obviamente.
                   Salió de entre los matorrales al sendero, lista para correr en cuanto viera a
                Patrick abalanzarse sobre ella; sus reacciones se sensibilizaron tanto como
                bigotes de gato. Miró el sendero y sus ojos se dilataron. Allí había sangre. Mucha
                sangre.
                   "Sangre de mentirijillas -insistió su mente-. Por cuarenta y nueve centavos
                puedes comprar un bote en la tienda de Dahlie. ¡Ten cuidado, Bevvie!"
                   Se arrodilló para tocar la sangre con los dedos y la examinó con atención, No
                era falsa.
                   Entonces sintió un destello caliente en el brazo izquierdo, justo debajo del codo.
                Echó un vistazo y vio algo que, al principio, tomó por un abrojo. No, no podía ser
                un abrojo. Los abrojos no se retuercen ni aletean. Aquello estaba vivo. Un
                momento después notó que la estaba "picando". Lo golpeó con el dorso de la
                mano derecha, y aquello estalló, salpicando sangre. Bev retrocedió un paso,
                horrorizada, y entonces vio que la cabeza informe de aquella cosa seguía clavada
                en su carne.
                   Con un chillido de repulsión, tiró de ella y vio salir el aguijón de su brazo, como
                una daga pequeña, chorreando sangre. Entonces comprendió qué era la sangre
                del sendero, y sus ojos volaron a la nevera.
                   La puerta se había cerrado otra vez, pero varios parásitos estaban fuera
                reptando torpemente sobre el esmaltado blanco, herrumbroso. Ante la vista de
                Beverly, uno de ellos desplegó sus alas membranosas, como de mosca, y zumbó
                hacia ella.
                   La chica actuó sin pensar: cargó una de las municiones de acero en el Bullseye
                y tensó la honda. Al flexionar los músculos del brazo izquierdo, vio que la sangre
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