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                   --Bueno, Ben -dice Richie-, te ha llegado el turno. La pelirroja se ha fumado
                todos los cigarrillos, incluyendo la mayor parte de los míos. Se hace tarde.
                   Ben echó un vistazo al reloj. Sí, es tarde, casi medianoche. "Queda tiempo para
                un cuento más". piensa. Un cuento más antes de las doce, sólo para mantenerse
                abrigados. ¿Cuál será? Pero eso es sólo un chiste, por supuesto, y no de los
                mejores; sólo queda una historia por contar, al menos una que él recuerde, y es la
                historia de los balines de plata que hicieron en el taller de Zack Denbrough la
                noche del 23 de julio y que utilizaron el día 25.
                   --Yo también tengo mis cicatrices -dice-. ¿Lo recordáis?
                   Beverly y Eddie sacuden la cabeza; Bill y Richie asienten. Mike guarda silencio,
                con los ojos alertas en la cara cansada.
                   Ben se levanta y se desabrocha la camisa, abriéndola. Allí aparece una antigua
                cicatriz, con forma de H. Sus líneas están quebradas porque la barriga era más
                grande cuando pusieron allí esa marca, pero su forma sigue siendo identificable.
                   La gruesa cicatriz que desciende desde la barriga era más grande cuando
                pusieron allí esa marca, pero su forma sigue siendo identificable.
                   La gruesa cicatriz que desciende desde la barra transversal de la H es mucho
                más nítida. Parece una blanca cuerda de ahorcado de la que se hubiera cortado el
                lazo.
                   Beverly se lleva la mano a la boca:
                   --¡El hombre-lobo! ¡En aquella casa! ¡Oh, Dios!
                   Y se vuelve hacia las ventanas como si pudiese verlo acechar en la oscuridad
                exterior.
                   --En efecto -dice Ben-. ¿Y queréis saber algo curioso? Hace dos noches, esa
                cicatriz no estaba allí. Sólo se veía la antigua tarjeta de presentación de Henry; lo
                sé porque se la enseñé a un amigo mío, un tabernero llamado Ricky Lee, allá en
                Hemingford Home. Pero ésta... -Ríe sin humor y empieza a abrocharse otra vez-.
                Ésta acaba de volver.
                   --Como las que tenemos en la palma de las manos.
                   --Sí -dice Mike, mientras Ben se abrocha la camisa-. El hombre-lobo. Aquella
                vez todos vimos a "Eso" con forma de hombre-lobo.
                   --Porque así lo había visto Ri-RiRichie la p-pri-mera vez -murmura Bill-. ¿No fue
                así?
                   --Sí -responde Mike.
                   --Estábamos unidos, ¿verdad? -comenta Beverly con tono de ensoñación-. Tan
                unidos que nos leíamos la mente.
                   --El Viejo Peludo estuvo a punto de usar tus tripas para ligas, Ben -apunta
                Richie, pero no sonríe al decirlo. Se ajusta las gafas remendadas por la nariz; su
                cara luce blanca, ojerosa y fantasmagórica.
                   --Bill te salvó -dice Eddie abruptamente-. Es decir, Bev nos salvó a todos, pero si
                no hubiera sido por ti, Bill...
                   --Sí -concuerda Ben-. Me salvaste, Gran Bill. Yo estaba casi perdido en esa casa
                de locos.
                   Bill señala brevemente la silla vacía.
                   --Recibí cierta ayuda de Stan Uris. Y él la pagó caro. Tal vez murió por eso.
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