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Bill le entregó un guante de trabajo y Beverly puso el diminuto embudo en el
                molde. Nadie hablaba. El siseo del soldador parecía muy potente. Todos lo
                observaban entornando los ojos.
                   -E-e-espera -dijo Bill súbitamente.
                   Corrió a la casa y volvió un minuto después con un par de gafas oscuras
                envolventes, de poco precio, que llevaban más de un año languideciendo en un
                cajón de la cocina.
                   --Será me-mejor q-q-que te pon-que te pongas esto, Ben.
                   Ben las tomó con una gran sonrisa y se las puso.
                   --¡Caray, si parece Fabian! -exclamó Richie-. ¡O Frankie Avalon! ¡Cualquiera de
                los que salen en "Bandas de América"!
                   --Vete a la mierda, Bocazas -dijo Ben. Pero comenzó a reír a pesar de sí mismo.
                La idea de parecerse a Fabian o a alguno de ésos era muy extraña. Como la llama
                vaciló, dejó de reír y volvió a concentrarse.
                   Dos minutos después entregó el soldador a Eddie, que lo sujetó con timidez con
                la mano sana.
                   --Listo -dijo a Bill-. Dame el otro guante. ¡Rápido!
                   Bill se lo entregó. Ben se lo puso y sostuvo en la mano enguantada la bala de
                mortero, mientras hacía girar la manivela del torno con la otra.
                   --Sujétalo, Bev.
                   --Estoy lista, no te preocupes -respondió ella.
                   Ben inclinó el crisol sobre el embudo mientras los otros miraban; un chorrito de
                plata fundida fluyó entre ambos receptáculos. Ben vertía con precisión, sin
                desperdiciar una gota. Por un momento se sintió electrizado. Le parecía verlo todo
                aumentado por un fuerte resplandor blanco. Por ese único momento no se sintió
                Ben Hanscom, el gordo que usaba sudaderas, para disimular la barriga y las tetas;
                se sintió Thor, que fabricaba truenos y rayos en la forja de los dioses.
                   La sensación pasó de inmediato.
                   --Bueno -dijo-. Tendré que recalentar la plata. Que alguien ponga un clavo o algo
                así en el agujerito del embudo, antes de que los restos se endurezcan allí.
                   Stan lo hizo.
                   Ben sujetó otra vez la bala de mortero en el torno y tomó el soldador.
                   --Bien -dijo-; número dos.
                   Y volvió al trabajo.



                   4.


                   Diez minutos más tarde habían terminado.
                   --¿Y ahora? -preguntó Mike.
                   --Ahora pasamos una hora jugando al Monopoly -dijo Ben-, mientras la plata se
                endurece en los moldes. Después los abro con un cincel, a lo largo de las líneas
                de corte, y asunto terminado.
                   Richie echó una mirada inquieta a la cara resquebrajada de su reloj.
                   --¿A qué hora vuelven tus padres, Bill?
                   --D-d-diez, diez y m-m-media -dijo Bill-. Hay p-p-programa do-doble en el A-a-
                aa...
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