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6.

                   El final de la noche fue casi descorazonador. Ben tomó un cincel del estante y
                usó un martillo para golpear los moldes por las líneas de corte. Se abrieron con
                facilidad. Dos pequeñas bolas de plata cayeron a la mesa. En una de ellas se
                veía, vagamente, parte de una fecha: 925. En la otra, líneas onduladas que podían
                ser restos de la cabellera de la Libertad. Todos las miraron sin decir nada. Por fin,
                Stan tomó una.
                   --Bastante pequeña -observó.
                   --También lo era la piedra que David arrojó contra Goliat -apuntó Mike-. A mí me
                parecen poderosas. Ben se descubrió asintiendo. Él opinaba lo mismo.
                   --¿Tt-t-terminamos? -preguntó Bill.
                   --Terminamos -confirmó Ben-. Toma.
                   Y arrojó el segundo balín a Bill, sorprendiéndolo tanto que el chico estuvo a
                punto de dejarlo pasar.
                   Los balines circularon de mano en mano. Cada uno de ellos los observó de
                cerca, maravillándose ante su redondez, su peso, su misma existencia. Cuando
                volvieron a Ben, los retuvo en la mano mirando a Bill.
                   --¿Qué hacemos con ellos?
                   --Dá-dáselos a B-beverly.
                   --¡No!
                   La miró con amabilidad, pero severo.
                   --B-b-bev, ya he-hemos discut-t-tido esto y...
                   --Yo lo haré -aseguró ella-. Dispararé la honda cuando llegue el momento. Si
                llega. Probablemente provocaré que "Eso" nos mate a todos, pero lo haré. Eso sí:
                no quiero llevarlas a casa. Cualquiera de mis
                   ("mi padre")
                   padres podría encontrarla. Y me armarían un escándalo.
                   --¿No tienes ningún escondrijo? -preguntó Richie-. Yo tengo cuatro o cinco.
                   --Tengo uno -dijo Beverly. Había una pequeña ranura en el fondo de su cama,
                donde a veces escondía cigarrillos, historietas y, recientemente, revistas de cine y
                de modas-. Pero nada seguro para este caso. Guárdalas tú, Bill. Al menos, hasta
                que llegue el momento.
                   --Está bien -aceptó él. En ese momento, unas luces iluminaron el camino de
                entrada-. Jolín, lle-llegan t-temprano. S-s-salgamos de a-aquí.
                   Acababan de sentarse otra vez alrededor del tablero cuando Sharon Denbrough
                abrió la puerta de la cocina. Richie puso los ojos en blanco e hizo ademán de
                secarse la frente. Los otros rieron con ganas. Richie acababa de hacer un buen
                chiste.
                   La madre entró un momento más tarde.
                   --Tu padre está esperando en el coche para llevar a tus amigos, Bill.
                   --Bu-bu-bueno, mamá -dijo él-. Ya t-t-terminá-bamos.
                   --¿Quién ganó? -preguntó Sharon, sonriendo a los amiguitos de su hijo con ojos
                brillantes.
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