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Mike pensó: "Es como aquella vez en la fundición. Tiene el mismo ambiente...
como si nos dijera que entremos."
Ben pensó: "Ésta es una de las guaridas de "Eso", sí. Como los agujeros
Morlock, por donde entra. y sale. Y "Eso" sabe que estamos aquí. Espera que
entremos."
--¿E-estáis se-seguros de que-de querer entrar? -preguntó Bill.
Todos lo miraron, pálidos y solemnes. Nadie dijo que no. Eddie sacó el inhalador
del bolsillo y se aplicó un buen disparo.
--Dame un poco -dijo Richie.
Eddie lo miró, sorprendido, esperando el chiste.
Richie tendió la mano.
--No es broma. ¿Me das un poco?
Su amigo encogió el hombro sano, con un movimiento extrañamente
descoyuntado, y le pasó el inhalador. Richie lo hizo funcionar y aspiró
profundamente.
--Me hacía falta -dijo, devolviéndoselo. Tosió un poco, pero sus ojos estaban
serenos.
--¿Puedo yo también? -preguntó Stan.
Así, uno tras otro, usaron el inhalador de Eddie. Cuando el medicamento volvió a
su dueño, Eddie lo guardó en el bolsillo trasero de donde sobresalía el pico. Todos
se volvieron para mirar la casa.
--¿Vive alguien en esta calle? -preguntó Beverly en voz baja.
--En esta parte ya no -respondió Mike-. Sólo los vagabundos que permanecen
por un tiempo y luego se van en los trenes de carga.
--Ellos no ven nada -comentó Stan-. Están a salvo. En su mayoría, al menos. -
Miró a Bill-. ¿Crees que los adultos pueden ver a "Eso", Bill?
--N-n-no lo sé. A-a-alguien debe de ha-haber.
--Ojalá conociéramos a alguien -murmuró Richie, ceñudo-. Esto no es trabajo
para chicos, ¿no os parece?
Bill estaba de acuerdo. Cuando los hermanos Hardy se metían en líos, allí
estaba Fenton Hardy para sacarlos. Lo mismo ocurría con Hartson, el padre de
Rick Brant, y hasta Nancy Drew tenía un padre que aparecía al instante si los
malos la arrojaban, maniatada, a una mina desierta o algo por el estilo.
-Tendría que haber algún adulto con nosotros -prosiguió Richie, mirando la casa
cerrada, de pintura desconchada, ventanas sucias y porche oscuro.
Suspiró, cansado, y Ben sintió, que por un momento, la decisión general
vacilaba. Por fin, Bill dijo:
--Va-va-vamos a ech-char un vist-ttazo. Mi-mi-mirad.
Caminaron hasta el lado izquierdo del porche donde el enrejado estaba suelto.
Los rosales desmandados aún estaban allí... y aquellos que el leproso de Eddie
había tocado al salir seguían negros y marchitos.
--¿Con sólo tocarlos los dejó así? -preguntó Beverly, horrorizada.
Bill asintió.
--¿E-e-estáis todos s-s-seguros?
Por un momento no hubo respuesta. Ninguno estaba seguro, aunque sabían,
por la expresión de Bill, que él era capaz de entrar sin ellos. Además, en la cara