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"La niña será muy bonita -pensó-. Probablemente dentro de uno o dos años no
                podremos dejarlos solos si hay niñas en el grupo. Pero por el momento es
                demasiado pronto para que el sexo despierte."
                   --Ga-ganó St-Stan -dijo Bill-. Los ju-judíos son estu-estupendos cuando s-s-se
                trata de hacer d-d-di-nero.
                   --¡Bill! -exclamó ella, horrorizada y enrojeciendo.
                   Y tuvo que mirarlos a todos, asombrada, porque estaban aullando de risa,
                incluido Stan. El asombro se convirtió en algo parecido al miedo (aunque nada de
                eso diría a su marido más tarde, en la cama). En el aire había una sensación de
                electricidad estática, sólo que mucho más poderosa y atemorizante. Tuvo la
                impresión de que si tocaba a cualquiera de esos niños recibiría una tremenda
                descarga.
                   "¿Qué les ha pasado?", pensó, espantada. Tal vez hasta abrió la boca para
                decir algo así. Pero Bill ya estaba pidiendo disculpas, aunque con un fulgor
                travieso en los ojos, y Stan aseguraba que no importaba, que era sólo un chiste. Y
                ella se sintió demasiado confundida. Prefirió no decir nada.
                   De cualquier modo, fue un alivio que aquellos chicos se fueran y que su propio
                hijo, aquel desconcertante tartamudo, subiera a su cuarto y apagara la luz.



                   7.


                   El día en que el Club de los Perdedores se encontró finalmente con "Eso", en
                combate cuerpo a cuerpo, el día en que "Eso" estuvo a punto de destripar a Ben
                Hanscom, fue el 25 de julio de aieh. Fue un día caluroso, húmedo y tranquilo. Ben
                recordaba claramente el clima: la última jornada de calor. A partir de entonces se
                había instalado una temporada fresca y nubosa.
                   Llegaron al 29 de Neibolt Street a eso de las diez de la mañana. Bill llevaba a
                Richie en "Silver"; Ben mostraba sus amplias nalgas a ambos lados del vencido
                asiento de su Raleigh. Beverly bajó por Neibolt con su Schwinn de mujer, con el
                pelo rojo apartado de su frente por una banda verde. Mike llegó solo. Unos cinco
                minutos después, aparecieron Stan y Eddie, caminando.
                   --¿C-c-cómo está tu bra-brazo, E-eeddie?
                   --Oh, más o menos. Me duele cuando me vuelvo de ese lado, dormido. ¿Has
                traído todo?
                   En el cestillo de "Silver" había un envoltorio de lona. Bill lo sacó para desplegarlo
                y entregó el tirachinas a Beverly, que lo tomó con una pequeña mueca, en
                silencio. También había allí una cajita de lata para pastillas de menta. Bill la abrió,
                mostrando los dos balines de plata. Todos los miraron en silencio agrupados en el
                raído prado de la casa donde sólo parecían crecer hierbas malas. Bill, Richie y
                Eddie conocían ya ese lugar; los otro observaban con curiosidad.
                   "Las ventanas parecen ojos -pensó Stan. Y su mano buscó el librito que tenía en
                el bolsillo trasero tocándolo como para que le diese buena suerte. Llevaba ese
                libro consigo a casi todas partes; era la "Guía de pájaros norteamericanos", de M.
                K. Handy-. Parecen ojos sucios y ciegos."
                   "Hiede -pensó Beverly-. Lo huelo, pero no con la nariz exactamente."
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