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--¡Tú mataste a mi hermano George! ¡Hijo de puta! ¡Bastardo! ¡Quiero verte la
                cara! ¡Sal si eres valiente!
                   El granizo cayó a cántaros, fustigándolos aun a través de los arbustos. Beverly
                levantó el brazo para protegerse la cara. En las mejillas chorreantes de Ben
                habían aparecido manchas rojas.
                   --¡Bill! ¡Vuelve! -gritó ella, desesperada.
                   Un trueno más ahogó su voz, rodando por Los Barrens, por debajo de las nubes
                negras.
                   --¡Quiero verte la cara, maldito hijo de puta!
                   Bill pateaba con furia el montón de pompones que habían salido de la nevera.
                Giró en redondo y empezó a caminar hacia el grupo con la cabeza gacha, como si
                no sintiera el granizo, aunque a esa altura cubría el suelo como si fuera nieve.
                   Avanzó torpemente entre las matas. Stan tuvo que sujetarlo por el brazo para
                evitar que se metiera entre las zarzas. Lloraba.
                   --Ya vale, Bill -dijo Ben, rodeándolo con un brazo torpe.
                   --Sí, no te preocupes -agregó Richie-. No vamos a echarnos atrás. -Miró a los
                otros con ojos salvajes en la cara mojada-. ¿Alguien quiere echarse atrás?
                   Todos sacudieron la cabeza.
                   Bill levantó la vista secándose los ojos. Estaban todos empapados de pies a
                cabeza; parecían una camada de cachorros después de vadear un río.
                   --"Eso" n-n-nos ti-ti-tiene m-m-miedo -aseguró-. L-I-lo intuyo. P-Puedo jurarlo.
                   Beverly asintió.
                   --Tienes razón.
                   --Ayu-yu-yudadme -pidió Bill-. Pp-por favor. A-a-ayudadme.
                   --Lo haremos -dijo Beverly.
                   Y tomó a Bill entre sus brazos. Nunca había pensado en lo fácil que era rodearlo
                con los brazos, en lo delgado que era. Sintió el corazón de Bill palpitando contra la
                camisa; lo sintió junto al suyo. Y pensó que ningún contacto le había parecido
                nunca tan dulce, tan intenso.
                   Richie los abarcó a ambos con sus brazos y apoyó la cabeza en el hombro de
                Beverly. Ben hizo lo mismo por el otro lado. Stan Uris abrazó a Richie y a Ben.
                Mike, después de una breve vacilación, deslizó un brazo por la cintura de Beverly
                y el otro por los hombros estremecidos de Bill. Y así permanecieron,
                estrechándose, mientras el granizo se convertía en lluvia torrencial, tan densa que
                parecía una nueva atmósfera. Truenos y relámpagos resonaban en lo alto. Nadie
                hablaba. Beverly mantenía los ojos cerrados con fuerza, Se quedaron bajo la
                lluvia, abrazándose y escuchando el ruido del agua en los matorrales. Eso era lo
                que Beverly recordaba mejor: el ruido de la lluvia y el silencio compartido. Y un
                vago dolor porque Eddie no estaba allí, con ellos.
                   Recordaba esos detalles.
                   Y recordaba haberse sentido muy joven, muy fuerte.







                   XVIII. El tirachinas.
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