Page 115 - La sangre manda
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—¡A bailar! —dice uno de los hombres con boina, y otros se suman a la

               petición batiendo palmas al ritmo marcado por Jared—. ¡A bailar, a bailar, a
               bailar!
                    Janice  despliega  una  sonrisa,  como  diciendo  «qué  demonios»,  arroja  el
               bolso junto al maletín de Chuck y le coge las manos. Jared abandona lo que

               estaba  tocando  y  pasa  a  Charlie  Watts,  aporreando  enérgicamente.  El
               ejecutivo hace girar a la chica, apoya una mano en su esbelta cintura, la atrae
               hacia sí y ejecuta unos pasos rápidos con ella por delante de la batería, casi
               hasta la esquina del edificio de Walgreens. Janice se separa, blande el dedo

               como si reprendiera a Chuck, «travieso, travieso», luego se acerca de nuevo y
               le coge las dos manos. Como si lo hubieran ensayado un centenar de veces, él
               hace otro espagat modificado y ella se desliza entre sus piernas, un atrevido
               movimiento  con  el  que  se  le  abre  la  falda  cruzada  hasta  lo  alto  del  bonito

               muslo. Se oyen unas exclamaciones ahogadas cuando ella, tras apoyarse en
               una mano abierta, salta de nuevo hacia atrás. Se ríe.
                    —No más —dice Chuck dándose palmadas en el pecho—. No puedo…
                    Ella se abalanza hacia él de un brinco, le planta las manos en los hombros,

               y  al  final  resulta  que  él  sí  puede.  La  sujeta  por  la  cintura,  la  hace  rotar
               apoyándola  en  su  cadera  y  luego  la  deposita  limpiamente  en  el  suelo.  Le
               sostiene  en  alto  la  mano  izquierda  y  ella  gira  debajo  como  una  bailarina
               embriagada. Ya debe de haber un centenar de personas mirando; abarrotan la

               acera e invaden la calle. Prorrumpen en nuevos aplausos.
                    Jared recorre los tambores una vez, golpea los platillos y luego alza las
               baquetas en un gesto triunfal. Sigue otra salva de aplausos. Chuck y Janice se
               miran, los dos sin aliento. Chuck tiene el cabello, ya un poco canoso, pegado

               a la frente sudorosa.
                    —¿Qué  estamos  haciendo?  —pregunta  Janice.  Ahora  que  la  batería  ha
               dejado de sonar, se la ve aturdida.
                    —No lo sé —contesta Chuck—, pero es lo mejor que me ha pasado desde

               hace qué sé yo cuánto tiempo.
                    El Sombrero Mágico está a rebosar.
                    —¡Más! —vocifera alguien, y la multitud se suma.
                    Muchos  sostienen  su  teléfono  en  alto,  listos  para  capturar  el  siguiente

               baile, y la chica parece dispuesta, pero ella es joven. Chuck está extenuado.
               Mira al batería y mueve la cabeza en un gesto de negación. El batería asiente
               para  indicar  que  se  hace  cargo.  Chuck  se  pregunta  cuánta  gente  habrá
               reaccionado  con  la  rapidez  suficiente  para  grabar  ese  primer  baile,  y  qué

               pensará su mujer si lo ve. O su hijo. ¿Y si se hace viral? Improbable, pero si




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