Page 116 - La sangre manda
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ocurre,  si  llega  al  banco,  ¿qué  pensarán  cuando  vean  al  hombre  que  han

               enviado a un congreso en Boston menear el esqueleto en Boylston Street con
               una mujer que podría ser su hija? O la hermanita de alguien, si a eso vamos.
               ¿Qué cree que está haciendo?
                    —Se acabó, gente —anuncia el batería—. Uno ha de retirarse cuando va

               ganando.
                    —Y yo me tengo que ir a casa —dice la chica.
                    —Todavía no —dice el batería—. Por favor.





                    Veinte minutos después, están sentados en un banco frente al estanque de
               los  patos  del  Common.  Jared  ha  telefoneado  a  Mac.  Chuck  y  Janice  han
               ayudado a Jared a recoger el material y cargarlo en la furgoneta. Unos cuantos

               rezagados los felicitan, les chocan los cinco, añaden unos cuantos pavos más
               al sombrero rebosante. Cuando se ponen en marcha —Chuck y Janice uno al
               lado del otro en el asiento trasero, sus pies entre pilas de cómics—, Mac dice
               que será imposible encontrar aparcamiento cerca del Common.

                    —Hoy sí encontraremos —asegura Jared—. Hoy es un día mágico.
                    Y lo encuentran, justo enfrente del Four Seasons.
                    Jared cuenta el dinero. Alguien ha echado un billete de cincuenta, quizá el
               hombre  de  la  boina,  confundiéndolo  por  uno  de  cinco.  En  total  asciende  a

               unos cuatrocientos dólares. Jared nunca había tenido un día así. Nunca había
               esperado  tenerlo.  Aparta  el  diez  por  ciento  de  Mac  (Mac  está  al  borde  del
               estanque  dando  de  comer  a  los  patos  trozos  de  galleta  de  mantequilla  de
               cacahuete de una bolsa que casualmente llevaba en el bolsillo); luego empieza

               a repartir el resto.
                    —Ah, no —dice Janice cuando entiende lo que se propone—. Eso es tuyo.
                    Jared niega con la cabeza.
                    —No, a partes iguales. Yo solo no habría conseguido ni la mitad de esto

               aunque hubiera tocado hasta las doce de la noche. —Cosa que la policía no le
               habría permitido—. A veces saco treinta pavos, y eso en los días buenos.
                    Chuck siente el principio de uno de sus dolores de cabeza y sabe que a eso
               de las nueve se habrá agravado, pero aun así la seriedad del joven le arranca

               una risa.
                    —De  acuerdo.  No  lo  necesito,  pero  supongo  que  me  lo  he  ganado.  —
               Alarga el brazo y da una palmada a Janice en la mejilla, tal como a veces daba
               una  palmada  en  la  mejilla  a  la  hermanita  malhablada  del  guitarra—.  Y  tú

               también, jovencita.




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