Page 120 - La sangre manda
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Acto I: Contengo multitudes







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               Chuck esperaba con ilusión la llegada de una hermana pequeña. Su madre le

               prometió que podría cogerla en brazos si tenía mucho cuidado. Naturalmente,
               también esperaba conservar a sus padres, pero nada de eso se cumplió debido
               a una placa de hielo en un paso elevado de la I-95. Mucho más tarde, ya en la

               universidad, diría a una novia que en muchas novelas, películas y series los
               padres del protagonista morían en un accidente de tráfico, pero él era la única
               persona que conocía a la que le había ocurrido en la vida real.
                    La novia reflexionó al respecto y finalmente se pronunció.
                    —Estoy  segura  de  que  ocurre  todo  el  tiempo,  aunque  también  puedes

               quedarte sin padres a causa de un incendio en casa, un tornado, un huracán,
               un  terremoto  o  un  alud  mientras  estás  de  vacaciones  en  la  nieve.  Por
               mencionar solo unas cuantas posibilidades. ¿Y qué te hace pensar que eres el

               protagonista de algo que no sea tu propia mente?
                    La novia era poeta y una especie de nihilista. La relación duró solo un
               semestre.
                    Chuck  no  iba  en  el  coche  cuando  dio  una  vuelta  de  campana  y  salió
               volando del paso elevado de la autopista porque sus padres habían quedado

               para cenar y a él esa noche lo cuidaban sus abuelos, a quienes por entonces
               aún llamaba Zaydee y Bubbie (cosa que dejó de hacer casi del todo en tercero,
               cuando los niños empezaron a burlarse de él y decidió recurrir a los términos

               más habituales «abuelo» y «abuela»). Albie y Sarah Krantz vivían a menos de
               dos kilómetros calle abajo, y lo más natural fue que lo criaran ellos después
               del accidente, cuando pasó a ser —o así se vio él inicialmente— un huérfano.
               Tenía siete años.
                    Durante un año —quizá un año y medio—, aquella fue una casa sumida

               en la más absoluta tristeza. Los Krantz no solo habían perdido a un hijo y a
               una nuera; habían perdido también a la nieta que habría nacido tres meses más
               tarde. Ya habían elegido nombre: Alyssa. Cuando Chuck dijo que a él eso le

               sonaba a lluvia, su madre rio y lloró al mismo tiempo.
                    Eso él nunca lo olvidó.



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