Page 124 - La sangre manda
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Sarah, tu bubbie, y el pan. Es la espera, Chucky, esa es la parte difícil. Ya lo

               descubrirás cuando seas…
                    Se abrió la puerta de la cocina. Era la abuela, que volvía de casa de la
               señora  Stanley,  la  vecina  de  enfrente.  La  abuela  le  había  llevado  caldo  de
               pollo  porque  se  encontraba  indispuesta.  O  al  menos  eso  decía  la  abuela,

               aunque Chuck, pese a no haber cumplido aún los once años, sospechaba que
               existía  otra  razón.  La  señora  Stanley  conocía  todas  las  habladurías  del
               vecindario («Es una yente, esa», decía el abuelo), y siempre estaba dispuesta a
               compartirlas. La abuela ponía al corriente de todas las novedades al abuelo,

               por lo general después de invitar a Chuck a salir de la habitación. Pero que
               saliera de la habitación no significaba que no los oyera.
                    —¿Quién era Henry Peterson, abuelo? —preguntó Chuck.
                    El abuelo, sin embargo, había oído entrar a su mujer. Se irguió en el sillón

               y dejó la lata de Bud a un lado.
                    —¡Mira  eso!  —exclamó  en  una  imitación  aceptable  de  un  estado  de
               sobriedad (por más que la abuela no se dejara engañar)—. ¡Los Sox ocupan
               todas las bases!





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               En  la  segunda  mitad  de  la  octava  entrada,  la  abuela,  con  la  excusa  de  que
               hacía falta leche para los cereales de Chuck de la mañana siguiente, mandó al

               abuelo al Zoney’s Go-Mart, a la vuelta de la esquina.
                    —Y no se te ocurra ir en coche. Con el paseo te despejarás.
                    El abuelo no rechistó. Con la abuela casi nunca refunfuñaba y, cuando lo

               intentaba, no salía bien parado. Nada más marcharse, la abuela —Bubbie— se
               sentó al lado de Chuck y lo rodeó con un brazo. Chuck apoyó la cabeza en su
               hombro gratamente mullido.
                    —¿Estaba  tu  abuelo  contándote  esas  bobadas  suyas  sobre  fantasmas?
               ¿Los que viven en la cúpula?

                    —Hummm, sí. —No tenía sentido mentir; la abuela siempre lo notaba en
               el acto—. ¿Los hay? ¿Tú los has visto?
                    La abuela resopló.

                    —¿Tú qué crees, hantel? —Con el tiempo, Chuck caería en la cuenta de
               que eso no era una respuesta—. Yo no le haría mucho caso a tu zaydee. Es un
               buen hombre, pero a veces se pasa un poco con la bebida. Entonces se deja
               llevar por sus obsesiones. Seguro que sabes a qué me refiero.





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