Page 129 - La sangre manda
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Chuck  se  inclinó  por  encima  del  escritorio,  donde  vio  un  ejemplar  de

               Poesía  estadounidense  encima  del  boletín  de  calificaciones.  Con  suma
               delicadeza, ella acercó las palmas de las manos a las sienes de Chuck. Las
               tenía  frías.  Fue  una  sensación  tan  maravillosa  que  tuvo  que  contener  un
               estremecimiento.

                    —¿Qué hay entre mis manos? ¿Solo las personas que conoces?
                    —Más —respondió Chuck. Estaba pensando en su madre y su padre y en
               el bebé al que nunca tuvo ocasión de coger en brazos. Alyssa, nombre que
               suena a lluvia—. Recuerdos.

                    —Sí  —dijo  ella—.  Todo  lo  que  ves.  Todo  lo  que  sabes.  El  mundo,
               Chucky. Los aviones en el cielo, las tapas de alcantarilla en la calle. Cada año
               que  vivas,  ese  mundo  que  hay  dentro  de  tu  cabeza  será  más  grande  y
               luminoso, más detallado y complejo. ¿Lo entiendes?

                    —Creo que sí —respondió Chuck.
                    Lo abrumó la idea de tener todo un mundo dentro del frágil receptáculo de
               su cráneo. Pensó en el hijo de los Jefferies, atropellado en la calle. Pensó en
               Henry Peterson, el contable de su padre, muerto en el extremo de una soga

               (eso le había provocado pesadillas). Sus mundos oscureciéndose. Como una
               habitación cuando apagas la luz.
                    La señorita Richards apartó las manos. Parecía preocupada.
                    —¿Estás bien, Chuckie?

                    —Sí —contestó él.
                    —Pues sigue así. Eres buen chico. Me ha gustado tenerte en clase.
                    Chuck se dirigió hacia la puerta, pero de pronto se volvió.
                    —Señorita Richards, ¿cree usted en los fantasmas?

                    Ella se paró a pensarlo.
                    —Creo que los recuerdos son fantasmas. En cuanto a los fantasmas que se
               agitan  por  los  pasillos  de  castillos  húmedos…,  en  mi  opinión,  esos  solo
               existen en las películas.

                    Y quizá en la cúpula de la casa del abuelo, pensó Chuck.
                    —Buen verano, Chucky.





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               Chuck  disfrutó  de  un  buen  verano  hasta  agosto,  cuando  murió  su  abuela.
               Ocurrió calle abajo, en público, lo cual resultó un poco indecoroso, pero al
               menos fue una de esas muertes con las que la gente, en el funeral, puede decir
               sin temor a equivocarse: «Gracias a Dios no sufrió». El otro tópico «Tuvo una



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