Page 132 - La sangre manda
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la vista, lo cual era frustrante, pero, en fin, era lo que había) y se reían de puro

               placer.
                    Antes de dejar marchar a los niños, la señorita Rohrbacher los emparejaba
               (cuatro de las chicas tenían que bailar juntas) y les decía que practicaran estilo
               libre. Cuando perdían las inhibiciones y la vergüenza, todos lo hacían bastante

               bien, aunque la mayoría nunca bailarían en el Copacabana.
                    Un día —corría el mes de octubre, más o menos una semana antes del
               Sarao de Otoño— la señorita Rohrbacher puso «Billie Jean».
                    —Fijaos en esto —dijo Chuck, e hizo un moonwalk más que aceptable.

                    Los chicos prorrumpieron en exclamaciones. La señorita Rohrbacher se
               quedó boquiabierta.
                    —¡Dios mío! —exclamó Cat—. ¡Enséñame cómo lo haces!
                    Chuck  lo  repitió.  Cat  lo  intentó,  pero  el  efecto  visual  de  caminar  hacia

               atrás no se percibía.
                    —Descálzate —indicó Chuck—. Hazlo en calcetines. Deslízate.
                    Cat  lo  hizo.  Le  quedó  mucho  mejor,  y  todos  aplaudieron.  La  señorita
               Rohrbacher  lo  probó,  y  pronto  todos  los  demás  hacían  el  moonwalk  como

               locos.  Incluso  Dylan  Masterson,  el  más  torpe  del  club,  lo  pilló.  Aquel  día
               Giros y Piruetas acabó media hora más tarde que de costumbre.
                    Chuck y Cat salieron juntos.
                    —Deberíamos hacerlo en el Sarao —propuso ella.

                    Chuck,  que  no  tenía  previsto  ir,  se  detuvo  y  la  miró  con  las  cejas
               enarcadas.
                    —No  en  plan  cita  ni  nada  por  el  estilo  —se  apresuró  a  aclarar  Cat—,
               salgo con Dougie Wentworth… —Chuck ya lo sabía—, pero eso no significa

               que no podamos enseñarles unos cuantos pasos guay. Yo quiero hacerlo, ¿y
               tú?
                    —No lo sé —contestó Chuck—. Soy mucho más bajo que tú. Me parece
               que la gente se reiría.

                    —Se me ocurre una idea —dijo Cat—. Mi hermano tiene unos zapatos de
               tacón cubano, y creo que te vendrían bien. Tienes los pies grandes para ser un
               crío.
                    —Vaya, muy amable —repuso Chuck.

                    Ella se rio y le dio un abrazo fraternal.
                    En la siguiente sesión de Giros y Piruetas, Cat McCoy se presentó con los
               zapatos  cubanos  de  su  hermano.  Chuck,  que  ya  había  sobrellevado  pullas
               acerca de su virilidad por formar parte del club de baile, estaba predispuesto a

               detestarlos,  pero  fue  amor  a  primera  vista.  De  tacón  muy  alto  y  puntera




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