Page 179 - La sangre manda
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Ahora  tiene  el  móvil  en  el  bolso.  Lo  saca,  llama  a  Tom  Toomey  y  le

               pregunta si es demasiado tarde para que pase por el concesionario y examine
               las  cuentas.  ¿Podría  tal  vez  echar  una  ojeada  al  ordenador  del  vendedor
               sospechoso?
                    —Por supuesto —contesta Toomey—. Pero tenía ya entre ceja y ceja un

               almuerzo  en  el  DeMasio’s.  Preparan  unos  fettuccini  Alfredo  increíbles.
               ¿Forma aún parte del trato?
                    —Por supuesto —dice Holly haciendo una mueca interna al pensar en la
               cuenta exorbitante que tendrá que pagar después. El DeMasio’s no es barato.

               Al salir, se dice que debe considerarlo una penitencia por haber mentido a
               Pete. Las mentiras son una pendiente resbaladiza, cada una suele llevar a otras
               dos.





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               Tom Toomey, con una servilleta remetida en el cuello de la camisa, devora
               sus fettuccini Alfredo, comiendo y sorbiendo con abandono, y lo remata con
               una panacota acompañada de frutos secos variados. Holly pide un entrante y

               prescinde  del  postre,  se  conforma  con  un  descafeinado  (evita  la  cafeína  a
               partir de las ocho de la mañana).
                    —Creo sinceramente que debería tomar postre —dice Toomey—. Esto es
               una celebración. Según parece, me ha ahorrado usted un pastón.

                    —Yo no, nosotros —corrige Holly—. La agencia. Pete abordará a Ellis
               para que admita su culpa, y tendrá que haber alguna compensación. Con eso
               debería quedar zanjado el asunto.

                    —¿Lo ve? Me está dando la razón. Venga, anímese, pues —insiste a fin
               de persuadirla. Vender parece su actitud por defecto—. Tómese algo dulce.
               Dese el capricho. —Como si fuera ella la que acaba de ser informada de que
               un empleado la engañaba.
                    Holly niega con la cabeza y le dice que ya está llena. El caso es que al

               sentarse a la mesa no tenía apetito, pese a que hace horas que ha comido su
               avena.  Chet  Ondowsky  acude  una  y  otra  vez  a  su  cabeza:  su  canción
               pegadiza.

                    —Cuida la línea, imagino, ¿no?
                    —Sí —dice Holly, lo cual no es del todo mentira; controla la ingesta de
               calorías, y su línea se cuida sola. Tampoco es que tenga a nadie por quien
               cuidarla.





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