Page 181 - La sangre manda
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—Quizá aparcaron en la parte de atrás —dice.

                    Es  posible  —no  tiene  manera  de  saber  si  hay  más  plazas  detrás  del
               restaurante—, pero ¿por qué ir atrás si hay tanto sitio disponible delante, a
               solo unos pasos de la puerta?
                    Se dispone a salir del tuit; de pronto se detiene y se inclina hacia delante

               hasta  casi  tocar  la  pantalla  con  la  nariz.  Tiene  los  ojos  muy  abiertos.
               Experimenta  la  sensación  de  satisfacción  que  la  invade  cuando  por  fin,
               haciendo un crucigrama, se le ocurre la palabra que la traía por la calle de la
               amargura,  o  cuando  por  fin  ve  dónde  encaja  una  pieza  escurridiza  de  un

               rompecabezas.
                    Selecciona la foto de Ondowsky en el restaurante y la desliza a un lado.
               Luego busca el vídeo de la reportera joven e inepta que daba la noticia junto a
               la piña gigante. La unidad móvil de la cadena independiente —más vieja y

               modesta  que  las  de  las  filiales—  está  aparcada  en  la  rotonda  detrás  de  un
               sedán Subaru de color verde bosque. Lo que significa que el Subaru casi con
               toda seguridad llegó primero; si no, las posiciones estarían invertidas. Holly
               detiene el vídeo y acerca la foto del restaurante lo máximo posible, y sí, hay

               un sedán Subaru verde bosque en el aparcamiento del restaurante. No es una
               prueba concluyente, circulan por ahí muchos Subaru, pero Holly sabe lo que
               sabe. Es el mismo. Es de Ondowsky. Aparcó en la rotonda y luego corrió al
               lugar del atentado.

                    Está  tan  inmersa  en  lo  más  hondo  de  su  cabeza,  que  cuando  suena  el
               teléfono suelta una leve exclamación. Es Jerome. Quiere saber si tiene algún
               perro  extraviado  para  él.  O  adolescentes  extraviados;  dice  que  se  siente
               preparado para ascender al siguiente peldaño de la escala.

                    —No —dice Holly—, pero podrías…
                    Está  a  punto  de  pedirle  que  busque  información  sobre  un  cámara  de
               WPEN que se llama Fred, quizá presentándose como bloguero o colaborador
               de  una  revista.  Pero  de  Fred  puede  ocuparse  ella  misma,  utilizando  su  fiel

               ordenador.  Y  hay  otra  cosa.  No  quiere  implicar  a  Jerome  en  esto.  No  se
               permite pensar por qué exactamente, pero la sensación es intensa.
                    —¿Si podría qué? —pregunta él.
                    —Iba a decir que si quieres ir a los bares que hay junto al lago, podrías

               buscar…
                    —Me encanta ir de bares —dice Jerome—. Me encanta.
                    —No lo dudo, pero irías a buscar a Pete, no a beber cerveza. Para ver si
               necesita  ayuda  con  un  tal  Herbert  Rattner,  que  ha  violado  la  libertad  bajo

               fianza. Rattner es blanco, de unos cincuenta…




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