Page 180 - La sangre manda
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El  señor  Toomey  debería  cuidar  su  propia  línea  —está  cavándose  su

               tumba con el tenedor y la cuchara—, pero no le corresponde a ella decírselo.
                    —Debería consultar con su abogado y un contable forense si se propone
               demandar al señor Ellis —dice ella—. Mis cálculos no bastarán ante el juez.
                    —Delo por hecho. —Toomey se concentra en su panacota, demoliendo lo

               que  queda,  y  luego  alza  la  vista—.  No  lo  entiendo,  Holly.  Pensaba  que  se
               alegraría más. Ha pillado a un mal elemento.
                    El  grado  de  maldad  de  un  vendedor  dependería  de  la  causa  por  la  que
               haya estado sisando, pero eso no es asunto de Holly. Se limita a dirigirle lo

               que Bill llamaba su sonrisa de Mona Lisa.
                    —¿Le ronda algo más por la cabeza? —pregunta Toomey—. ¿Otro caso?
                    —No,  nada  de  eso  —responde  Holly,  lo  que  tampoco  es  mentira,  en
               realidad no; la explosión en la escuela Macready no es asunto suyo. Nadie le

               ha  dado  vela  en  ese  entierro,  diría  Jerome.  Pero  no  puede  quitarse  de  la
               cabeza  ese  lunar  que  no  era  un  lunar.  Todo  en  Chet  Ondowsky  parece
               legítimo, excepto aquello que le despertó dudas en un primer momento.
                    Hay  una  explicación  razonable,  piensa  al  tiempo  que  hace  una  seña  al

               camarero para pedirle la cuenta. Sencillamente no la ves. Déjalo correr.
                    Déjalo correr ya.





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               La  oficina  está  vacía  cuando  regresa.  Pete  le  ha  dejado  una  nota  en  el
               ordenador:  «Rattner  localizado  en  un  bar  junto  al  lago.  Voy  de  camino.
               Llámame si me necesitas». Herbert Rattner ha violado las condiciones de la

               libertad bajo fianza con un largo historial de incomparecencias cuando se lo
               ha emplazado ante el juez (cosa que ha ocurrido muchas veces). Holly desea
               suerte a Pete mentalmente y se acerca al archivo, que ella —y Jerome, cuando
               tiene  ocasión—  ha  estado  digitalizando.  Así  se  quitará  de  la  cabeza  a
               Ondowsky, piensa, pero no lo consigue. Al cabo de quince minutos, desiste y

               abre Twitter.
                    La curiosidad mató al gato, piensa, pero la satisfacción lo resucitó. Solo
               comprobaré este último dato, y luego volveré a mi rutina.

                    Encuentra  el  tuit  escrito  por  Ondowsky  en  el  restaurante.  Antes  se  ha
               concentrado  en  las  palabras.  Ahora  es  la  fotografía  lo  que  examina.  Un
               restaurante retro de la cadena Silver. Una monada de letrero de neón en el
               ventanal. Aparcamiento delante, lleno solo a medias, y en ningún sitio ve la
               unidad móvil de WPEN.



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