Page 182 - La sangre manda
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—Con  un  tatuaje  de  un  halcón  o  algo  así  en  el  cuello  —la  interrumpe

               Jerome—. Vi la foto en el tablón de anuncios, Hollyberry.
                    —Es un delincuente no violento, pero ve con cuidado de todos modos. Si
               lo ves, no te acerques a él sin Pete.
                    —Entendido,  entendido.  —Jerome  parece  entusiasmado.  Su  primer

               maleante auténtico.
                    —Ve con cuidado, Jerome. —No puede evitar repetirlo. Si algo le pasara
               a Jerome, no lo soportaría—. Y, por favor, no me llames Hollyberry. Se me
               está agotando la paciencia.

                    Él se lo promete, pero ella duda que lo diga en serio.
                    Holly  devuelve  su  atención  al  ordenador  y  desplaza  la  mirada  de  un
               Subaru verde bosque al otro. No significa nada, se dice. Solo estás pensando
               lo  que  estás  pensando  por  lo  que  ocurrió  en  Texas.  Bill  lo  llamaría  el

               síndrome del Ford azul. Si compraras un Ford azul, decía él, de pronto verías
               Ford  azules  por  todas  partes.  Pero  ese  no  era  un  Ford  azul;  era  un  Subaru
               verde. Y no puede evitar pensar lo que está pensando.
                    Esta tarde no hay John Law para Holly. Cuando se marcha de la oficina,

               tiene más información, y está preocupada.




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               En casa, Holly se prepara una comida ligera y al cabo de quince minutos ya

               no recuerda qué ha comido. Llama a su madre para preguntarle si ha ido a ver
               al tío Henry. Sí, dice Charlotte. Holly le pregunta cómo le va. Está confuso,
               responde  Charlotte,  pero  parece  que  se  adapta.  Holly  ignora  si  es  verdad,

               porque su madre tiende a deformar su visión del mundo hasta que se acomoda
               a lo que ella quiere ver.
                    —Le gustaría verte —dice Charlotte, y Holly promete que irá en cuanto
               pueda, quizá ese fin de semana. Sabiendo que la llamará Janey, porque Janey
               es la sobrina a la que prefiere. A la que más quiere y siempre querrá, a pesar

               de que Janey murió hace seis años. Eso no es autocompasión, sino la verdad.
               Hay que aceptar la verdad.
                    —Tienes que aceptar la verdad —dice—. Tienes que aceptarla, te guste o

               no.
                    Con esto en mente, coge el teléfono, dispuesta a llamar a Ralph, y una vez
               más  se  contiene.  ¿Va  a  aguarle  el  tiempo  de  descanso  solo  porque  los  dos
               compraron un Ford azul en Texas y ahora ve Ford azules por todas partes?





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