Page 183 - La sangre manda
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De pronto cae en la cuenta de que no tiene por qué hablar con él, al menos

               en  persona.  Se  lleva  el  teléfono  y  una  botella  de  ginger  ale  a  la  sala  del
               televisor. Las paredes están revestidas de libros a un lado y de DVD al otro,
               todo ordenado alfabéticamente. Se sienta en su cómoda butaca de ver la tele,
               pero, en lugar de encender la Samsung de pantalla grande, abre la aplicación

               de  grabación  del  móvil.  Se  queda  mirándola  un  momento  y  luego  pulsa  el
               enorme botón rojo.
                    —Hola, Ralph, soy yo. Estoy grabando esto el 14 de diciembre. No sé si
               llegarás  a  oírlo,  porque  si  lo  que  estoy  pensando  queda  en  nada,  como  es

               probable que ocurra, lo borraré sin más, pero puede que si lo expreso en voz
               alta, me ayude a… hum… aclararme las ideas.
                    Detiene la grabación para pensar por dónde empezar.
                    —Ya sé que te acuerdas de lo que pasó en aquella cueva cuando por fin

               nos encontramos cara a cara con el visitante. No estaba acostumbrado a que lo
               descubrieran, ¿verdad? Me preguntó de dónde había sacado la capacidad para
               creer. Esa capacidad me venía de Brady, de Brady Hartsfield, pero el visitante
               no sabía nada de Brady. Preguntó si se debía a que yo había visto a otro como

               él en algún sitio. ¿Recuerdas su expresión y su tono de voz cuando preguntó
               eso?  Yo  sí.  Mostró  no  solo  deseo,  sino  anhelo.  Creía  que  él  era  el  único.
               También yo lo pensaba, me parece que lo pensábamos los dos. Pero, Ralph,
               empiezo a preguntarme si no resultará que al final hay otro. No exactamente

               igual, pero parecido…, tal como se parecen los perros y los lobos, digamos.
               Puede que solo sea lo que mi viejo amigo Bill Hodges llamaba el síndrome
               del Ford azul, pero, si estoy en lo cierto, he de hacer algo al respecto. ¿No?
                    La  pregunta  le  suena  quejumbrosa,  desorientada.  Vuelve  a  detener  la

               grabación,  se  plantea  borrar  el  final  y  decide  no  hacerlo.  Quejumbrosa  y
               desorientada  es  justo  como  se  siente  en  estos  momentos,  y  además…
               seguramente Ralph no llegará a oírlo.
                    Sigue adelante.

                    —Nuestro visitante necesitaba tiempo para transformarse. Pasaba por un
               período  de  hibernación,  de  semanas  o  meses,  en  el  que  abandonaba  la
               apariencia de una persona y adoptaba la de otra. Había utilizado una sucesión
               de caras a lo largo de los años, quizá incluso siglos. Este otro individuo, en

               cambio…, si voy bien encaminada, puede cambiar mucho más deprisa, y me
               cuesta creerlo. Lo cual resulta un tanto irónico. ¿Recuerdas lo que te dije la
               noche  antes  de  que  saliéramos  en  busca  de  nuestro  maleante?  ¿Que  debías
               dejar de lado el concepto de la realidad que habías tenido toda la vida? Te dije

               que no importaba que los demás no creyesen, pero tú debías creer. Te advertí




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