Page 205 - La sangre manda
P. 205

Diría: «Ah, sí, hay un parecido, tal como hay un parecido entre el señor

               Bell y su nieto, o entre John Lennon y su hijo Julian, o entre mi tía Elizabeth
               y yo. Diría: Seguro que es el abuelo de Chet Ondowsky. Caray, de tal palo tal
               astilla, ¿no?».
                    Pero Holly, como el anciano de la silla de ruedas, sabe.

                    El hombre que empuña el micrófono anticuado de la WLPT tiene la cara
               más  carnosa  que  Ondowsky,  y  sus  facciones  inducen  a  pensar  que  es  diez
               años mayor, o incluso veinte. Lleva cortado a cepillo el cabello entrecano y se
               le forman unas ligeras entradas que en Ondowsky aún no asoman. Empiezan a

               colgarle los carrillos, rasgo que Ondowsky tampoco presenta.
                    Detrás  de  él,  unos  bomberos  se  mueven  apresuradamente  por  la  nieve
               manchada de hollín, recogiendo paquetes y equipaje, mientras otros dirigen
               las mangueras a los restos del avión de United y dos casas de piedra rojiza

               que arden detrás. En ese momento arranca una enorme ambulancia Cadillac
               con las luces de emergencia encendidas.
                    «Aquí Paul Freeman, informando desde el lugar de Brooklyn donde se ha
               producido el peor accidente aéreo de la historia de Estados Unidos —dice el

               periodista,  expulsando  vaharadas  blancas  con  cada  palabra—.  Excepto  un
               niño,  han  muerto  todos  los  que  viajaban  a  bordo  de  ese  aparato  de  United
               Airlines.  —Señala  la  ambulancia  que  se  aleja—.  El  niño,  todavía  sin
               identificar,  va  en  esa  ambulancia.  Es…  —El  periodista  que  se  hace  llamar

               Paul Freeman introduce una pausa teatral—. ¡El Niño que Cayó del Cielo! El
               pequeño salió despedido de la parte trasera del avión, todavía en llamas, y fue
               a parar a un banco de nieve. Los transeúntes, horrorizados, lo han hecho rodar
               por  la  nieve  para  sofocar  el  fuego,  pero  lo  he  visto  cuando  lo  subían  a  la

               ambulancia,  y  puedo  asegurarles  que  sus  heridas  parecían  graves.  Tenía  la
               ropa casi totalmente quemada o fundida con la piel».
                    —Páralo ahí —ordena el anciano. Su nieto obedece. Dan se vuelve hacia
               Holly.  Sus  ojos  presentan  un  azul  apagado,  pero  mantienen  una  expresión

               vehemente—.  ¿Lo  ves,  Holly?  ¿Lo  oyes?  Estoy  seguro  de  que  para  los
               espectadores  su  aspecto  y  su  tono  eran  los  de  un  hombre  horrorizado,  que
               hacía su trabajo en condiciones difíciles, pero…
                    —No  está  horrorizado  —dice  Holly.  Recuerda  el  primer  informe  de

               Ondowsky  tras  el  estallido  de  la  bomba  en  la  escuela  Macready.  Ahora
               percibe aquello mismo con más claridad—. Está excitado.
                    —Sí  —coincide  Dan,  y  asiente  con  la  cabeza—.  Sin  duda.  Tú  lo  ves.
               Bien.

                    —Gracias a Dios, alguien más lo ve —dice Brad.




                                                      Página 205
   200   201   202   203   204   205   206   207   208   209   210