Page 200 - La sangre manda
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Sombrerero Loco. Dan Bell toma un sorbo de su tazón, se lame los labios,

               hace una mueca y se lleva una mano al lado izquierdo de la camisa. Brad se
               acerca de inmediato.
                    —¿Tienes las pastillas, abuelo?
                    —Sí, sí. —dice Dan, y da unas palmaditas en el bolsillo lateral de la silla

               de ruedas—. Estoy bien, no hace falta que me rondes. Es solo la emoción de
               tener a alguien en casa. Alguien que sabe. Seguro que me sienta bien.
                    —Eso habría que verlo, abuelo —replica Brad—. Quizá sea mejor que te
               tomes una pastilla.

                    —Estoy bien, te he dicho.
                    —Señor Bell… —empieza a decir Holly.
                    —Dan —la interrumpe el anciano, y de nuevo blande en dirección a ella
               el dedo, grotescamente torcido a causa de la artritis pero todavía admonitorio

               —.  Yo  soy  Dan,  él  es  Brad,  tú  eres  Holly.  Aquí  somos  todos  amigos.  —
               Vuelve a reírse. Esta vez parece faltarle el aliento.
                    —Tienes que tomártelo con más calma —aconseja Brad—. A menos que
               quieras hacer otro viaje al hospital, claro.

                    —Sí, mamá —dice Dan. Ahueca la mano por encima de su nariz aguileña
               e inhala varias bocanadas de oxígeno—. Ahora dame uno de esos pastelillos.
               Y necesitamos servilletas.
                    Pero no hay servilletas.

                    —Iré a buscar unas toallas de papel al cuarto de baño —se ofrece Brad, y
               se aleja.
                    Dan se vuelve hacia Holly.
                    —Sumamente olvidadizo. Sumamente. ¿Por dónde iba? ¿Acaso importa?

                    ¿Importa algo de esto?, se pregunta Holly.
                    —Estaba diciéndote que mi padre y yo tuvimos que trabajar para ganarnos
               la vida. ¿Has visto los retratos de abajo?
                    —Sí —contesta Holly—. Son tuyos, supongo.

                    —Sí,  sí,  todos  míos.  —Alza  sus  manos  retorcidas—.  Antes  de  que  me
               pasara esto.
                    —Son muy buenos —afirma Holly.
                    —No están mal —admite él—, aunque los del pasillo no son los mejores.

               Esos eran trabajo. Los colgó Brad. Insistió. En los años cincuenta y sesenta
               también hice algunas portadas de libros, para editores como Gold Medal y
               Monarch.  Eran  mucho  mejores.  Novela  negra,  sobre  todo  chicas
               semidesnudas  con  pistolas  automáticas  humeantes.  Me  proporcionaban  un

               dinero extra. Resulta irónico, si uno piensa en lo que era mi empleo a jornada




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