Page 195 - La sangre manda
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—No, no tiene nada que ver con el tío Henry. —Sí con otro anciano,
piensa. Uno que podría estar o no en su sano juicio—. Jerome, de verdad, no
puedo hablar de esto.
—Vale. Mientras estés bien…
En realidad, es una pregunta, y Holly supone que Jerome tiene derecho a
hacerla, porque recuerda momentos en que no estaba bien.
—Estoy perfectamente. —Y solo por demostrarle que no ha perdido la
cabeza, añade—: No te olvides de recordarle a Barbara lo de esas películas de
cine negro.
—Ese asunto ya está resuelto —responde él.
—Dile a tu hermana que tal vez no pueda utilizarlas para su trabajo, pero
le proporcionarán un contexto valioso. —Holly guarda silencio y sonríe—.
Además, son muy entretenidas.
—Se lo diré. ¿Y seguro que estás…?
—Perfectamente —repite ella, pero al cortar la llamada piensa en el
hombre, el ser, al que Ralph y ella se enfrentaron en la cueva, y se estremece.
Apenas soporta el recuerdo de esa criatura, y si hay otra, ¿cómo va a
enfrentarse sola a ella?
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Desde luego Holly no se enfrentará a ella con Dan Bell; apenas llega a los
cuarenta kilos, y está en una silla de ruedas con una botella de oxígeno
prendida al costado. Prácticamente calvo y ojeroso, es la sombra de un
hombre, y sus ojos reflejan un profundo cansancio, pese a que conservan un
brillo intenso. Su nieto y él viven en una magnífica casa vieja de piedra
arenisca llena de magníficos muebles antiguos. El salón es amplio; las
cortinas están descorridas para permitir la entrada a raudales del frío sol de
diciembre. Sin embargo, los olores que percibe bajo el ambientador (Glade
Clean Linen, si no se equivoca) le traen a la memoria de manera inevitable los
olores, pertinaces e innegables, que detectó en el vestíbulo del centro de
cuidados para la tercera edad Rolling Hills: Vicks, aceite de gaulteria, talco,
orina, el inminente final de la vida.
La acompaña hasta Bell su nieto, un hombre de unos cuarenta años cuya
indumentaria y afectados gestos resultan curiosamente anticuados, casi
ceremoniosos. Adornan el pasillo seis dibujos a lápiz enmarcados, retratos de
los rostros de cuatro hombres y dos mujeres, todos excelentes y realizados sin
duda por la misma mano. Se le antojan una extraña introducción a la casa; la
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