Page 190 - La sangre manda
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habla de mí, eso debo reconocerlo, pide a todo aquel con algún paciente que

               sufra fantasías delirantes similares que se lo haga saber.
                    Hace una pausa para pensar y después reanuda la grabación.
                    —Anoche me telefoneó el doctor Morton. A pesar de que había pasado
               bastante tiempo desde las sesiones, supe de inmediato quién era, y supe que la

               llamada guardaría relación con Ondowsky. Recuerdo otra cosa que te dije una
               vez, Ralph: en el mundo hay maldad, pero hay también una fuerza en favor
               del bien. Estábamos hablando del trozo de papel de un menú que encontraste,
               de  un  restaurante  de  Dayton.  Ese  fragmento  estableció  el  vínculo  entre  el

               asesinato de Flint City y los dos asesinatos similares de Ohio. Así es como yo
               acabé  implicada,  por  un  pedazo  de  papel  que  fácilmente  podría  haberse
               llevado  el  viento.  Tal  vez  algo  quiso  que  ese  papel  fuera  encontrado.  O  al
               menos prefiero creer que así es. Y tal vez eso mismo, esa fuerza, quiere que

               yo haga algo más. Porque puedo creer en lo increíble. No quiero, pero puedo.
                    Lo deja ahí y guarda el teléfono en el bolso. Todavía es muy temprano
               para salir hacia el aeropuerto, pero saldrá de todos modos. Así funciona ella.
                    Llegaré antes de tiempo a mi propio funeral, piensa, y abre el iPad para

               buscar el Uber más cercano.




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               A  las  cinco  de  la  mañana,  la  amplia  y  oscura  terminal  del  aeropuerto  se

               encuentra  prácticamente  vacía.  Cuando  está  llena  de  viajeros  (a  veces
               saturada del bullicio de las conversaciones), la música que desciende de los
               altavoces  del  techo  apenas  se  oye,  pero  a  esta  hora,  sin  nada  más  que  el

               zumbido  de  la  abrillantadora  de  un  empleado  de  la  limpieza  con  el  que
               competir,  la  música  de  «The  Chain»,  de  Fleetwood  Mac,  no  solo  resulta
               sobrecogedora, sino que parece un augurio del apocalipsis.
                    En el vestíbulo no hay nada abierto excepto Au Bon Pain, pero a Holly le
               basta. Resiste la tentación de añadir otro café a su bandeja y se conforma con

               un  vaso  de  zumo  de  naranja  y  una  rosquilla,  que  se  lleva  a  una  mesa  del
               fondo. Tras mirar alrededor para cerciorarse de que no hay nadie cerca (de
               hecho, en este  momento es  la única  clienta), saca  el teléfono  y reanuda su

               informe, hablando en voz baja y deteniéndose de vez en cuando para ordenar
               sus pensamientos. Espera que Ralph nunca llegue a recibirlo. Aún confía en
               que lo que, según cree, puede ser un monstruo acabe siendo solo una sombra.
               Pero, si Ralph lo recibe, quiere asegurarse de que lo recibe todo.
                    En especial si ella muere.



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