Page 198 - La sangre manda
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—Creo que no. ¿Qué quiere decir?

                    —Me parece que no les sale vello facial —dice Dan Bell—. Creo que si
               hubiera visto a su visitante desnudo… No lo vio, supongo…
                    —No —dice Holly, y no puede evitar añadir—: Uf.
                    Ante eso Dan sonríe.

                    —Si lo hubiera visto, habría descubierto, creo, que no tenía vello en el
               pubis. Tampoco en las axilas.
                    —El ser que encontramos en la cueva tenía pelo en la cabeza. Ondowsky,
               también. Y George también.

                    —¿George?
                    —Así llamo al hombre que entregó el paquete con la bomba en la escuela
               Macready.
                    —George.  Ah,  ya  veo.  —Dan  parece  meditar  un  momento  al  respecto.

               Una leve sonrisa asoma a las comisuras de sus labios. Al cabo de un momento
               se desvanece—. Pero el pelo de la cabeza es distinto, ¿no? Los niños tienen
               pelo en la cabeza antes de la pubertad. Los hay que incluso nacen con pelo en
               la cabeza.

                    Holly  entiende  la  argumentación,  y  confía  en  que  sea  realmente  una
               argumentación y no solo una faceta más del delirio de ese anciano.
                    —Hay  otras  cosas  que  el  autor  del  atentado,  George,  si  lo  prefiere,  no
               puede cambiar del mismo modo que cambia su aspecto físico —dice Dan—.

               Necesitó  ponerse  un  uniforme  falso  y  unas  gafas  falsas.  Necesitó  una
               furgoneta falsa y un lector de paquetes falso. Y necesitó un bigote falso.
                    —Es posible que Ondowsky también llevara cejas postizas —interviene
               Brad, que entra con una bandeja. Esta contiene dos tazones de té y un montón

               de pastelillos—. Pero lo más probable es que no. He examinado retratos suyos
               hasta  que  casi  me  sangraban  los  ojos.  Creo  que  quizá  se  había  hecho
               implantes para normalizar lo que de otro modo habría sido solo pelusa. Igual
               que las cejas de un bebé son solo pelusa. —Se inclina para dejar la bandeja en

               la mesita de centro.
                    —No, no, en tu estudio —dice Dan—. Hay que ponerse manos a la obra
               ya. Señorita Gibney, Holly, ¿sería tan amable de empujar mi silla? Estoy muy
               cansado.

                    —Por supuesto.
                    Pasan por delante de un comedor formal y de una amplia cocina. Al final
               del pasillo hay una silla salvaescaleras, que sube a la primera planta por un
               raíl de acero. Holly confía en que sea más fiable que el ascensor del edificio

               Frederick.




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