Page 196 - La sangre manda
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mayoría de los sujetos dan cierta grima. Sobre la chimenea del salón, en la

               que arde un fuego pequeño y acogedor, cuelga un cuadro mucho más grande.
               Este,  un  óleo  antiguo,  muestra  a  una  hermosa  joven  de  ojos  negros  y
               expresión alegre.
                    —Mi mujer —dice Bell con voz cascada—. Murió hace muchos años, y

               cómo la echo de menos. Bienvenida a nuestra casa, señorita Gibney.
                    Desplaza  la  silla  hacia  ella,  resollando  por  el  esfuerzo,  pero  cuando  el
               nieto se acerca a ayudarlo, Bell lo rechaza con un gesto. Tiende una mano que
               la artritis ha convertido en una escultura de madera arrastrada por el mar. Ella

               se la estrecha con cuidado.
                    —¿Ya ha comido? —pregunta Brad Bell.
                    —Sí  —responde  Holly.  Un  sándwich  de  ensalada  de  pollo  que  ha
               engullido a toda prisa en el breve trayecto desde su hotel hasta este elegante

               barrio.
                    —¿Le apetece un té o un café? Ah, y tenemos pastas de Two Fat Cats.
               Son excelentes.
                    —Un té sería estupendo —contesta Holly—. Descafeinado, si hay. Y con

               mucho gusto aceptaré una pasta.
                    —Yo  quiero  té  y  una  pasta  —dice  el  anciano—.  De  manzana  o  de
               arándano, me da igual. Y el té que sea de verdad.
                    —Enseguida lo traigo —dice Brad, y los deja solos.

                    Dan Bell se inclina de inmediato hacia delante, con los ojos fijos en los de
               Holly, y en voz baja y tono de complicidad, aclara:
                    —Brad es sumamente gay, ¿sabe?
                    —Ah —responde Holly. Lo único que se le ocurre que podría decir es

               Estaba casi segura de que lo era, y le parece descortés.
                    —Sumamente  gay.  Pero  es  un  genio.  Me  ha  ayudado  en  mis
               investigaciones. Por seguro que yo esté…, siempre he estado seguro…, fue
               Brad  quien  aportó  la  prueba.  —Blande  un  dedo  en  dirección  a  ella  y,

               resaltando cada sílaba, añade—: ¡In… con… tro… ver… ti… ble!
                    Holly asiente con la cabeza y se acomoda en un sillón de orejas, con las
               rodillas juntas y el bolso sobre el regazo. Empieza a pensar que Bell padece,
               en efecto, una fantasía neurótica y que ella avanza por un callejón sin salida.

               Eso no la irrita ni exaspera; por el contrario, le infunde alivio. Porque, si es
               así, seguramente a ella le pasa lo mismo.
                    —Hábleme de su criatura —dice Dan, inclinándose cada vez más hacia
               delante—.  El  doctor  Morton,  en  su  artículo,  explica  que  usted  lo  llamaba







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