Page 224 - La sangre manda
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día.

                    —Brad, pon el altavoz del teléfono.
                    —¿Eh? Ah, vale, buena idea.
                    —¡Me parece que también trabajaba en la radio! —exclama Dan a voz
               en grito, como si creyera que están comunicándose mediante latas conectadas

               con un cordel encerado.
                    Holly hace una mueca y se aparta el teléfono del oído.
                    —Abuelo, no hace falta que hables tan alto.
                    Dan baja la voz, pero solo un poco.

                    —¡En  la  radio,  Holly!  ¡Incluso  antes  de  que  existiera  la  televisión!  ¡Y
               antes  de  aparecer  la  radio  quizá  ya  informaba  de  los  derramamientos  de
               sangre en los periódicos. Sabe Dios cuánto tiempo hace que ese hombre…
               eso… vive!

                    —Además  —continúa  Brad—,  debe  de  tener  una  larga  lista  de
               referencias.  Probablemente  su  otra  manifestación,  la  que  tú  llamas  George,
               escribió algunas de ellas, igual que el que tú llamas Ondowsky habrá escrito
               algunas para George. ¿Entiendes?

                    Holly lo entiende… más o menos. Le recuerda un chiste que Bill le contó
               una  vez,  sobre  unos  agentes  de  bolsa  aislados  en  una  isla  desierta  que  se
               enriquecen intercambiándose la ropa.
                    —Déjame hablar, maldita sea —se queja Dan—. Lo comprendo tan bien

               como tú, Bradley. No soy tonto.
                    Brad suspira. Vivir con Dan Bell no debe de ser fácil, piensa Holly. Por
               otro lado, vivir con Brad Bell seguramente tampoco es un lecho de rosas.
                    —Holly, funciona porque el talento televisivo no abunda en las grandes

               filiales locales. La gente asciende, algunos abandonan la profesión…, y a él se
               le da bien su trabajo.
                    —A eso —corrige Brad—. A eso se le da bien su trabajo.
                    Holly  oye  una  tos,  y  Brad  dice  a  su  abuelo  que  se  tome  una  de  sus

               pastillas.
                    —Por Dios, ¿vas a dejar de comportarte como una vieja?
                    Felix y Oscar gritándose desde distintas orillas de la brecha generacional,
               piensa Holly. Podría dar lugar  a una buena telecomedia,  pero en lo que se

               refiere a facilitar información es una verdadera caca.
                    —¿Dan?  ¿Brad?  ¿Podéis  dejaros  de…?  —Broncas  es  la  palabra  que  le
               viene a la mente, pero Holly no se anima a decirla, pese a lo crispada que está
               —. ¿Dejaros de discusiones por un momento?

                    Por suerte se callan.




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