Page 228 - La sangre manda
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Barbara lo piensa detenidamente.

                    —¿Sabes  qué?  Me  parece  que  no.  Me  parece  que  podría  ser  virgen
               todavía.
                    ¿Y tú, Barb?, es lo que acude inmediatamente a la cabeza de Jerome, pero
               los hermanos mayores no deben hacer ciertas preguntas a sus hermanas de

               dieciocho años.
                    —No es gay ni nada por el estilo —se apresura a aclarar Barbara—. No se
               pierde ni una sola peli de Josh Brolin, y hace un par de años, cuando vio esa
               película absurda del tiburón, incluso gimió al ver a Jason Statham sin camisa.

               ¿De verdad crees que se iría hasta Maine por una cita?
                    —La trama se complica —dice Jerome, y echa un vistazo a su teléfono—.
               No está en el aeropuerto. Si acercas la imagen, verás que está en el Embassy
               Suites, probablemente bebiendo champán con algún hombre a quien le gusta

               el daiquiri helado, paseando a la luz de la luna y hablando de cine clásico.
                    Barbara hace ademán de darle un puñetazo en la cara y abre la mano solo
               en el último segundo.
                    —Te diré una cosa —propone Jerome—. Creo que es mejor que dejemos

               correr el asunto.
                    —¿En serio?
                    —Creo que sí. Conviene que recordemos que Holly sobrevivió a Brady
               Hartsfield. Dos veces. Pasara lo que pasara en Texas, también salió de esa.

               Por fuera es un poco frágil, pero en lo más hondo… es dura como el acero.
                    —En eso te doy la razón —dice Barbara—. Al mirar en su navegador…
               me he sentido rastrera.
                    —Yo  me  siento  rastrero  con  esto  —dice  Jerome,  y  toca  el  punto

               intermitente de su teléfono que indica el Embassy Suites—. Lo consultaré con
               la almohada, pero si por la mañana sigo pensando lo mismo, lo dejo correr. Es
               buena mujer. Valiente. Y está muy sola.
                    —Y su madre es una bruja —añade Barbara.

                    Jerome no se lo discute.
                    —Quizá deberíamos dejarla en paz. Que lo resuelva ella, sea lo que sea.
                    —Quizá sí. —Pero Barbara no parece muy contenta con eso.
                    Jerome se inclina hacia delante.

                    —De una cosa sí estoy seguro, Barb. Holly nunca se enterará de que le
               hemos seguido la pista. ¿Vale?
                    —Nunca —contesta Barbara—. Ni de que yo he mirado en sus búsquedas.
                    —Bien.  Eso  ha  quedado  claro.  ¿Puedo  seguir  ahora  con  mi  trabajo?

               Quiero llenar otras dos páginas antes de dar el día por terminado.




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