Page 374 - La sangre manda
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primera  generación  y  lo  puso  en  funcionamiento.  Lo  tengo  cerca  mientras

               escribo. (Hay que mantenerlo enchufado porque en algún momento a lo largo
               del camino se le cayó a alguien y se le estropeó el interruptor de encendido).
               Puedo acceder a internet con él, puedo ver la información bursátil y los partes
               meteorológicos.  Pero  no  puedo  hacer  llamadas,  porque  es  2G,  y  esa

               tecnología está tan muerta como el videocasete Betamax.
                    No tengo la menor idea de dónde salió «La vida de Chuck». Lo único que
               sé  es  que  un  día  pensé  en  un  cartel  publicitario  con  la  frase  «¡Gracias,

               Chuck!», junto a la foto del hombre y el texto         39 MAGNÍFICOS AÑOS     . Creo que
               escribí el relato para averiguar qué había detrás de ese cartel publicitario, pero
               ni  siquiera  de  eso  estoy  seguro.  Lo  que  sí  puedo  decir  es  que  siempre  he
               tenido  la  sensación  de  que  cada  uno  de  nosotros  —desde  los  reyes  y  los
               príncipes del reino hasta los friegaplatos de Waffle House y las camareras que

               cambian  las  sábanas  en  los  moteles  de  las  autopistas—  contiene  el  mundo
               entero.
                    Una vez, en Boston, vi casualmente a un hombre que tocaba la batería en

               Boylston Street. La gente pasaba por su lado sin apenas mirarlo, y en el cesto
               que tenía delante (no un Sombrero Mágico) escaseaban las donaciones. Me
               pregunté  qué  ocurriría  si  alguien,  un  tipo  con  aspecto  de  ejecutivo,  por
               ejemplo,  se  detenía  y  empezaba  a  bailar,  más  o  menos  como  Christopher
               Walken en el excelente videoclip de Fatboy Slim, «Weapon of Choice». La

               conexión  con  Chuck  Krantz  —un  tipo  con  aspecto  de  ejecutivo  donde  los
               haya— surgió de manera natural. Lo introduje en la historia y lo dejé bailar.
               A mí me encanta el baile, la forma en que libera el corazón y el alma de una

               persona, y escribir ese relato fue un placer.
                    Después de escribir dos relatos sobre Chuck, quise escribir un tercero que
               los enlazara en una narración cohesionada. «Contengo multitudes» se escribió
               un año después de los dos primeros. Si los tres actos —presentados en orden
               inverso,  como  una  película  rebobinada—  funcionan,  es  algo  que  tienen

               decidir los lectores.
                    Permíteme que salte ahora a «La rata». No tengo la menor idea de dónde
               salió  este  relato.  Lo  único  que  sé  es  que  me  pareció  un  cuento  de  hadas

               malévolo,  y  me  dio  ocasión  de  escribir  un  poco  sobre  los  misterios  de  la
               imaginación  y  cómo  se  traduce  eso  en  la  página.  Debo  añadir  que  la
               conferencia de Jonathan Franzen a la que se refiere Drew es ficticia.
                    Por último pero en absoluto menos importante: «La sangre manda». La
               base de este relato existió en mi cabeza durante al menos diez años. Empecé a

               advertir  que  algunos  corresponsales  de  informativos  de  televisión  parecían




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