Page 370 - La sangre manda
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esperaba para terminarla. La que había costado la vida a su amigo y a la mujer
de su amigo.
—Eso no me lo creo —dijo mientras subía por la escalera.
En lo alto miró el amplio salón principal, donde había empezado su libro
y donde —al menos durante un breve tiempo— había creído que moriría.
—Solo que sí lo creo. Claro que lo creo.
Se desvistió y se metió en la cama. Por efecto de las cervezas, el sueño lo
venció enseguida.
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Drew despertó en plena noche. Una luna llena de agosto bañaba el dormitorio
de un resplandor de color plata dorada. La rata, sentada en su pecho, lo
miraba con esos ojillos negros y saltones.
—Hola, Drew. —La rata no movió los labios, pero la voz salió sin duda
de ella. En su conversación anterior, Drew estaba afiebrado y enfermo, pero
recordaba muy bien esa voz.
—Sal de ahí encima —susurró Drew. Deseó apartarla de un manotazo
(mata a la rata, era la idea), pero aparentemente carecía de fuerza en los
brazos.
—Vamos, vamos, no te pongas así. Me has llamado y he venido. ¿No es
lo que ocurre en esta clase de cuentos? Ahora dime en qué puedo ayudarte.
—Quiero saber por qué lo hiciste.
La rata se irguió, con las patitas rosadas pegadas a su cuerpo peludo.
—Porque tú lo quisiste. Era un deseo, ¿recuerdas?
—Era un trato.
—Ah, vosotros los académicos con vuestras cuestiones semánticas.
—El trato era Al —insistió Drew—. Solo él. Puesto que de todos modos
iba a morir de cáncer de páncreas.
—No recuerdo que se especificara lo del cáncer de páncreas —dijo la rata
—. ¿Me equivoco?
—No, pero supuse…
La rata movió las patas como si se lavara la cara, giró en redondo dos
veces —el contacto de aquellas patas resultaba repulsivo incluso a través del
edredón— y después observó de nuevo a Drew.
—Así es como te enredan con eso de los deseos mágicos —explicó—.
Son engañosos. Mucha letra pequeña. Eso lo dejan muy claro todos los
mejores cuentos. Pensaba que ya habíamos hablado del tema.
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