Page 29 - El garbanzo verde nº5
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El garbanzo verde
Mira tú por dónde.
Pepe Calderón
Eran las 11 de la mañana de un viernes y aunque hacía ya varias horas que la línea 6 se había
descargado de estudiantes, asalariados y supervivientes de la noche anterior apenas quedaba un asiento
libre en el vagón. Itsaso esperó a que arrancara el tren, hizo un barrido con la vista y al comprobar que
nadie lo reclamaba decidió ocuparlo, aparcando a sus pies la bolsa de viaje. A su derecha un chico de
unos 18 años, gorra con visera torcida, tecleaba en su teléfono y a ratos se reía a carcajadas. A su
izquierda una señora mayor con una camisola estampada plegaba y desplegaba un abanico como con la
misma insistencia y naturalidad con la que su nieto haría girar un spinner. Tenía doce paradas de
trayecto, así que sacó un libro del bolso y simuló leer mientras concentraba toda su energía en evitar la
transpiración.
En la estación de Legazpi un hombre con barba y coleta gris atravesó el vagón y con la mano
agarrada a la barra de la derecha de la puerta empezó a hablar dirigiéndose al resto de pasajeros, muchos
de los cuales fijaron la mirada en el suelo o se apresuraron a desbloquear sus móviles.
-Buenos días señoras y señoras. Antes de nada, pido disculpas por molestarles, pero si lo tienen a
bien, me gustaría que dedicaran un minuto de su tiempo a escuchar mi historia. Me llamo Sebastián,
tengo 59 años y estoy en paro. En 2008 cerró la empresa en la que llevaba 20 años trabajando como un
perro y no recibí un solo euro de indemnización porque mi jefe, previendo la que le venía encima, se
largó con la pasta. A día de hoy todavía no hemos sido capaces de conseguir cobrar lo que nos debe.
Llevo más de tres años sin recibir ningún tipo de prestación o subsidio y teniendo que afrontar los pagos
de la hipoteca de una casa que el banco ya nos ha intentado quitar. Afortunadamente, no lo
consiguieron, pero lo volverán a intentar. Y para que esto no suceda me veo en la necesidad de pedirles
una ayuda, por pequeña que sea, que evite que mi mujer y yo nos quedemos en la calle. No pretendo dar
pena, simplemente les pido un poquito de comprensión. Así que, si pueden darme una moneda, mi
mujer y yo les estaremos francamente agradecidos. Y repito, perdón por las molestias y que pasen un
estupendo día.
Durante el tiempo que duró el monólogo del hombre de barba y coleta gris, Itsaso no dejó de
mirarlo haciendo gestos de asentimiento con la cabeza que demostraran empatía. Ahora, mientras el
hombre se acercaba a los pasajeros con la palma de la mano extendida, hacía esfuerzos por rescatar del
bolso su monedero de corazones. Tras dar con él, descubrió que no llevaba nada suelto salvo dos