Page 30 - El garbanzo verde nº5
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                 El Garbanzo Verde


            monedas  de  diez  céntimos.  El  pulso  se  le  había  acelerado  y  empezó  a  notar  como  se  formaban  dos
            rodales de sudor en las sisas de su camiseta. Decidió darle un billete.

                   -Muchísimas gracias, de verdad -dijo el hombre de barba y coleta gris, luciendo una  expresión
            que adivinaba más perplejidad que  agradecimiento  y estrechando la mano de Itsaso como si con el
            apretón moldeara una prótesis robótica.

                   -De nada, hombre. Ánimo y mucha suerte. Recuérdales a los bancos que no estás solo.

                   Una vez que el hombre de barba y coleta gris hubo cambiado de vagón el chico con la visera
            ladeada,  que  había  contemplado  la  escena  con  la  boca  abierta  y  girando  la  cabeza  alternativamente
            como si mirara un partido de tenis, interpeló a Itsaso:

                   -Pero tronca, ¿le has dao veinte pavos al menda este?

                   Itsaso, importunada como cada vez que se veía en necesidad de interactuar con desconocidos, se
            giró hacia él proyectando una mueca que más que una sonrisa semejaba una cuerda de tender recién
            tensada.

                   -¡Buenos días! Muy bien, ¿y tú? Efectivamente, le he dado veinte euros. Y el menda este, veo que
            no estabas atento, se llama Sebastián.
                   -¡Como si se llama Felipe de Borbón, tronca! Pero te ha chuleao veinte pavos.

                   -¡Virgen santa bendita, que exigente es un viaje en metro! Vamos a ver si te lo explico. Mira, en
            tanto que la decisión de darle 20 euros ha sido mía, difícilmente ha podido chulearme nada; dicho de
            otro modo: yo con mi dinero hago lo que me sale del forro del bolso. Por otro lado, tron-co, se me
            ocurre que en lugar de juzgar quizás te resultaría más enriquecedor ponerte de vez en cuando en el lugar
            del otro.

                   El chico de la visera ladeada, como quien descubre que alguien acaba de sabotear su playlist de
            Kinder Malo con una pieza de Phillip Glass, arrugó la frente y soltó un gruñido.

                   -Tú lo flipas, pava. Se ve que cagas pasta.

                   En  ese  momento  la  señora  de  la  camisola  estampada  se  tomó  la  libertad  de  unirse  a  la
            conversación con un golpe de abanico.

                   -Hombre, hija mía. Yo creo que el muchacho tiene razón. Una cosa es ayudar al que no tiene y
            otra lo que tú has hecho. Bien está que le des un euro o dos, pero ni tanto ni tan calvo.

                   -Pero  señora-  respondió  Itsaso  -  ¿usted  no  agradecería  que  la  ayudaran  si  se  viese  en  una
            situación difícil?

                   -Uy,  hija  mía,  si  yo  te  contara  las  penurias  que  he  pasado…    Qué  no  sabré  yo  de  pasarlas
            canutas, si las he pasao de todos los colores. Eso sí, nunca me han faltado escaleras que fregar ni pisos
            que limpiar, que mira como tengo las piernas que parecen botas.
                   -Pos claro que sí, señora- dijo el chico de la visera-. Que el pavo ese un jeta que no cuenta más
            milongas pa camelarse aquí a la peña de guay. Fijo que el menda está ahora pidiéndose un solysombra a
            la salud de la Tamara Falcó esta.
                   En este punto, la cuerda que tensaba la sonrisa de Itsaso se vio a punto de romperse, mientras
            que los rodales en las sisas de su camiseta no dejaban de crecer. Consciente de su grado de excitación,
            aspiró  un  cigarrillo  imaginario  a  modo  de  ventolín  y  decidió  responder  a  la  señora  de  la  camisola
            estampada, ignorando el exabrupto del chico de la visera.
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