Page 31 - El garbanzo verde nº5
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                   -Señora, de verdad que aplaudo su capacidad de resiliencia, pero hay personas a las que aun
            teniendo dos pies y dos manos útiles se les ha arrebatado su empleabilidad y por lo tanto la suya no es ya
            una cuestión de voluntad, si me esfuerzo mucho encuentro trabajo y soluciono mis problemas, ni por
            supuesto de mérito- ¿qué mérito tiene salir a flote cuando reúnes las condiciones necesarias para hacerlo?
            – sino el resultado de un sistema despiadado y sobre todo muy injusto. Es decir, que el mundo en que
            vivimos es una caca y, mientras lo cambiamos entre todas, yo, personalmente, prefiero que la mujer de
            este hombre duerma bajo techo.
                   Por un momento el abanico de la señora se detuvo y los ojos del chico de la visera se agazaparon
            como si hubieran recibido una bofetada de sol al salir de una rave. Al cabo, la señora volvió a desplegar
            su abanico y resumió su punto de vista:

                   -Hermosa, lo puedes pintar todo lo fino que tú quieras, pero de toda la vida ha habido gente que
            nos hemos deslomado trabajando y gente que nunca ha dao un palo al agua. Yo no sé de qué clase será
            este hombre, pero si todo el mundo al que le pide le da veinte euros como tú, no tendrá una, tendrá diez
            casas.
                   Dicho esto, se levantó del asiento al oír anunciada por megafonía la parada en la estación de
            Laguna.

                   -Que lo paséis bien hermosos -dijo enfilando la puerta del vagón.
                   A Itsaso todavía le quedaban tres paradas y respondió a la ironía involuntaria de la señora con
            una sonrisa que camuflaba un “Diosa, dame un cubo de patatas fritas y que se pare el mundo”.

                   El chico de la visera aprovechó para desparramarse aún más a lo largo y ancho del asiento en
            una postura a mitad de camino entre el abandono y la acrobacia, que hacía que las cosas que llevaba
            encima  le  asomaran  por los  bolsillos  de  su  pantalón  de  chándal,  incluyendo  una  cartera  de  piel  con
            cremallera. No parecía, en cualquier caso, dispuesto a dar por zanjada la discusión.

                   -Hermana, que tiene razón la abuela, que fijo que el menda ese está forrao. Dame un bille a mí
            tronca, que también me putea mucho el sistema.

                   -Uy, chico, claro que sí, si la capacidad de puteo y opresión del sistema no conoce límites. Sin ir
            más lejos ahora se ve que está alienando tu derecho a viajar en metro tumbado. Pero también el mío a
            hacerlo  sentada  sin  una  rodilla  ajena  clavada  a  mi  muslo.  Así  que,  ¿qué  te  parece  si  empiezas  la
            revolución cambiándote de asiento?

                   - ¿Pero qué dices, pava? Si eres tú que estás tan ternesca que ocupas un vagón. Venga, tronca,
            cúrrate un bille solidario de esos y déjate de movidas.

                   -Bueno, bueno, bueno. Qué nivel, Maribel. Con esa amabilidad y ese don de gentes estoy segura
            de que te sobrarán mecenas. De ahí que el forro de mi bolso y yo, mira tú por donde, hayamos decidido
            desestimar tu petición. Aun así, para que veas lo maja que soy, me voy a solidarizar con tu derecho al
            despatarre bajándome en la próxima.
                   El chico de la visera ladeada, consciente de que ya había poca tela que cortar, resopló arqueando
            los labios y regaló a Itsaso un rodillazo de despedida que acompañó con un gruñido.

                   -A Parla, gorda.
                   Con  el  pulso  a  ritmo  de  hardcore  techno  Itsaso  se  colgó  en  bandolera  la  bolsa  de  viaje  y,
            forzando hasta  el  estallido  el  tendal  de  su  mandíbula,  esperó  a tener  un  pie  en  el  andén para dar  la
            réplica.

                   -Pues creo que prefiero Chueca, imbécil.
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