Page 170 - Abrázame Fuerte
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montado un negocio y se ha convertido en alguien responsable.
        —Pablo, ¿eres tú? ¿Cómo estás, chaval? —dice el hombre con simpatía.
        —¡Señor Berruezo! No me lo puedo creer… —El chico lo mira fijamente—.
      Vaya,  vaya…  Para  empezar,  le  diré  que  no  soy  ningún  chaval.  En  cuanto  a
      ¿cómo estoy? Bien, todavía me estoy recuperando de lo que me hicieron.
        El padre de Bea es incapaz de reaccionar. Parece que el chico no está para
      tonterías. Va directo al grano. No parece el niñato que salía con su hija hace unos
      años.
        —Erais muy jóvenes…
        —No. Su hija era muy joven. Yo soy prácticamente el mismo. Ahora tengo
      trabajo, sí, y vivo solo. Pero sigo siendo el mismo.
        —Chico…  No  me  guardes  rencor.  Tienes  que  entenderlo.  Bea  era  muy
      pequeña y tú le llevabas… ¿cuántos años?, ¿cinco? Era imposible.
        —Eso es lo que usted se creía. Yo adoraba a su hija —dice el chico, que alza
      el tono de voz y se vuelve a secar las manos grasientas con el trapo.
        La  verdad  es  que  los  dos  tienen  su  parte  de  razón.  No  es  que  Pablo  fuera
      demasiado mayor para Bea, pero sus padres creían que ésta no tenía edad de
      andar con novios, todavía era una chiquilla. Este argumento nunca le ha cuadrado
      a  Bea,  porque  sus  padres  se  conocieron  muy  pronto  y  siempre  han  sido  muy
      felices. Pero eran otros tiempos, en los que las mujeres sólo podían marcharse de
      casa si se casaban, y no tenían por qué estudiar si no querían. Los padres de Bea
      quieren que su hija sea una mujer independiente, libre y feliz. Y aunque Pablo
      era  un  buen  chico,  no  les  gustaba  que  estuviera  tan  unido  a  su  hija.  En  dos
      palabras:  tenían  miedo.  De  alguna  manera,  presionaron  al  chico  para  que  la
      dejara. También manipularon un poco a Bea para que ésta aceptara que aquello
      era lo mejor para ella. Le decían que era muy dominante y que no la quería de
      verdad.
        Lo  cierto  es  que  el  padre  de  Bea  ve  al  chico,  unos  años  después,  y  se  da
      cuenta de que quizá fuera un pelín duro con ellos. Sobreprotegió a su hija, pero no
      se le puede culpar por ello. ¿Acaso no es lo que hacen todos los padres?
      Unas horas más tarde
      Suena el timbre y las chicas van directas a la mesa de Ana. Ésta les hace una
      seña para reunirse en los aseos. Cuando llegan, la primera que habla es Estela.
        —Anda, ¡ábrelo! ¿Qué será?
        —No me puedo creer que Crespo haya hablado contigo. ¿Qué te ha dicho?
      ¿Qué te ha dicho? —pregunta Silvia, intrigada.
        —¡Que ha leído mi blog! —exclama Ana, sorprendida.
        —No sé de qué te sorprendes —le dice Silvia—. Te hemos dicho mil veces
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