Page 172 - Abrázame Fuerte
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Bea puede comer con sus padres muy pocas veces al año. Primero, porque casi
      siempre come en el insti, y después, porque el padre no está casi nunca. Hoy es
      un  día  especial,  pero  Bea  no  está  de  humor.  Llega,  se  encierra  en  el  baño  y
      espera a que la mesa esté puesta. Sabe que, si sale, su madre la va a obligar a
      ayudar: poner los platos, cortar el pan, lo que sea… Mientras, su padre está tirado
      en el sofá, viendo las noticias. Como esto la saca de quicio, espera el grito de
      rigor:
        —¡A la mesa! —grita Lucía—. ¡La comida ya está lista!
        Bea sale del baño, se sienta a la mesa y, sin decir ni una palabra, coge el
      tenedor y corta un trozo de la lasaña de verduras. Es uno de sus platos favoritos
      pero  no  hace  ningún  comentario  al  respecto.  Entonces  el  señor  Berruezo,  que
      nota que su hija no tiene un día demasiado comunicativo, decide (no sabemos si
      acertadamente) contarle que ha visto a su ex. A Pablo. Le explica con bastante
      entusiasmo: que el chico le ha sorprendido; de alguna manera, le quiere decir a
      su hija que lo siente. Siente la bronca del otro día, y siente haber sido tan duro con
      ella en el pasado.
        —Perfecto, ahora resulta que Pablo era el chico perfecto, ¿no? —murmura
      Bea con rabia.
        —Que no, hija, no te pongas así. Te lo cuento porque he pensado que debías
      saberlo —aclara el padre.
        —Muy bien, ¿y me puedes decir qué me aporta ahora esta información? ¿En
      que mejora mi vida saber esto?
        —Bueno…,  no  lo  sé.  Pensaba  que  te  alegraría  —repite  serio  el  padre,
      mientras mira a la madre para que le eche un cable.
        —Me costó mucho superarlo, ¿sabéis? —les dice Bea, mirándolos a ambos—.
      Me dijisteis que Pablo no era bueno conmigo. Y ahora resulta que es el novio
      ideal.
        Bea está a punto de echarse llorar.
        —Nadie ha dicho esto, Beatriz. Creo que estás haciendo una montaña… —le
      replica la madre.
        —Sí, sí, seguro. La culpa siempre es mía.
        —Nadie  habla  de  culpas.  Hace  tiempo  de  lo  de  Pablo,  y  la  gente  crece,
      madura… Tú eras muy pequeña, Bea, hicimos lo que creímos correcto y mejor
      para  ti  y,  quizá,  gracias  a  eso,  Pablo  es  mejor  persona  —aclara  la  madre—.
      ¡Pero si hablabais de iros a vivir juntos, sin un duro, y tú eras menor de edad!
      ¿Qué sería ahora de vosotros?, ¿eh? Tú, sin estudios, y él… —Su madre calla.
      Luego mira a su hija y prosigue—: ¿Crees que tendría el taller si hubiese seguido
      contigo?
        Bea ya no puede más. Se echa a llorar y, cuando hace amago de irse a su
      cuarto, su madre la coge del brazo y la abraza fuerte. En cuestión de segundos, el
      padre  se  levanta  y  hace  lo  mismo.  La  familia  Berruezo  se  funde  en  un  gran
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