Page 174 - Abrázame Fuerte
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Estela cierra bruscamente la libreta y le da un vuelco el corazón. Empieza a
      respirar muy fuerte y siente que se está mareando. Le invaden unas enormes
      ganas de llorar, pero no sabe muy bien por qué. De pronto, supone que Marcos
      esta enamoradísimo de Silvia y se siente muy desgraciada. Deja la libreta donde
      la ha encontrado, e intenta llegar hasta el baño. Le cuesta. El mareo cada vez es
      mayor. Siente su pulso acelerarse, le sudan las manos y la cabeza le da vueltas.
      Cuando por fin llega al baño, se encierra en él, se tira al suelo y se abraza a la
      taza del váter. No puede parar de llorar. Le duele el pecho, algo le aprieta muy
      fuerte  ahí,  y  no  sabe  lo  que  es.  Se  siente  realmente  mal,  con  el  estómago
      revuelto. Abre la tapa y vomita lo poco que ha comido durante la mañana. Tira
      de la cadena y, aunque sigue triste, parece que se sienta un poco mejor. Suena el
      teléfono. Es un nuevo SMS de Leo: ¿Cómo va a sorprenderme mi chica hoy?
        Estela  lo  lee  un  par  de  veces  y,  por  primera  vez  en  su  vida,  decide  no
      contestar.  Parece  una  tontería  pero  ella  no  ha  dejado  nunca  de  contestarle  los
      mensajes  a  Leo.  En  cambio,  él  puede  tardar  lo  que  le  plazca  en  responder  o,
      directamente, no hacerlo.
        Estela,  tumbada  en  el  lavabo  de  la  casa  de  Marcos,  reflexiona  sobre  los
      chicos que hay en su vida y lo poco que parece significar para ellos en realidad,
      y se siente muy desgraciada.
      En la otra punta de la ciudad
      Silvia pedalea tan rápido que parece que la haya alcanzado un rayo. Hace unos
      instantes ha recibido un SMS de Sergio que le pide que vaya a verlo a casa de su
      madre,  pues  necesita  su  ayuda.  No  hay  nada  que  le  guste  más  a  Silvia  que
      ayudar a los demás y, aunque sabe que está jugando con fuego, no puede evitar
      ir  a  verlo.  Siente  el  cuerpo  inundado  de  mariposas;  es  una  sensación  que  le
      encanta y a la vez le horroriza. Ella es muy comedida en todo lo que hace, y
      siempre  intenta  hacer  las  cosas  bien,  pero,  por  una  vez,  siente  que  hay  algo
      superior a ella que la impulsa. Está viviendo una aventura que no sabe adónde la
      va  a  llevar  y,  aun  así,  no  puede  dejar  de  sonreír.  Al  fin,  llega.  La  casa  de  la
      madre  de  Sergio  está  ubicada  en  la  zona  alta  de  la  ciudad:  aunque  el  chico
      parezca algo bohemio, en realidad es de buena familia.
        Temblorosa,  Silvia  llama  al  interfono.  No  contesta  nadie,  pero  le  abren  la
      puerta. Sube hasta el ático, y le atiende una señora regordeta con rasgos filipinos
      y un delantal gris.
        —Pase, señorita; el señorito Sergio la espera en su cuarto.
        —Gracias —contesta la chica, un poco cortada.
        De camino a la habitación del chico, Silvia puede ver un sinnúmero de obras
      de arte, cuberterías de plata expuestas en vitrinas, platos enormes colgados de la
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