Page 222 - Abrázame Fuerte
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colegio,  la  abuela  Rita  me  dio  ¡cincuenta  pesetas!  Eso  para  la  época  era  una
      barbaridad. Pero mi madre necesitaba cambio. Así que fui a comprar el pan y la
      merienda  con  mis  amigas  pero  me  despisté  y  no  recogí  la  vuelta.  Nosotras
      teníamos  la  costumbre  de  merendar  junto  a  una  fuente,  antes  no  teníamos
      parques como ahora. Cuando nos sentamos oímos un hombre que decía: « ¡D-D-
      DOL-DOLOOOO-DO-DOLOOOO!» . —La madre de Silvia empieza a imitar la
      voz del panadero y a poner caras raras. Las Princess se  parten  de  risa—.  Mis
      amigas y yo empezamos a reírnos como hacéis vosotras ahora, a reírnos y a
      correr para huir del panadero que… nos perseguía para devolverme el cambio
        —¿Y por qué te llamó así el panadero? —pregunta Silvia, que no conocía esta
      historia.
        —¡Porque era tartamudo!
        Las chicas no pueden aguantar las lágrimas de la risa. Ana también se ríe con
      ganas, pero algo más contenida. Y como ha sido su comentario el que ha dado
      pie a  que  la  madre  de Silvia  contara  esa  anécdota, siente  que,  en  el  fondo,  la
      mujer se está burlando de ella.
        De pronto entra David en la cocina. Cuando Silvia y su madre lo ven vestido
      tan formal, sus carcajadas aumentan. Bea y Estela se contagian fácilmente de su
      risa.  El  chico  se  detiene,  inseguro.  « ¿De  qué  se  estarán  riendo?  —piensa—.
      ¿Tendré algo en la cara? ¿La bragueta abierta?» . Antes de que pueda asegurarse
      de que no es así, Ana le sonríe y le saluda.
        —Buenos días, David —medio susurra, con un tanto de formalidad.
        —Buenos días, Ana —responde él, tímido.
        El resto de Princess los observa, y no pueden evitar que les entre la risa tonta.
      Ana  lo  está  pasando  realmente  mal,  y  les  lanza  una  mirada  suplicante  que
      significa:  « Chicas,  ¡no  me  hagáis  esto!» .  David,  por  otra  parte,  aparenta
      normalidad, coge un cruasán y se sirve un vaso de zumo de naranja.
        —¡Pero qué guapo se ha puesto mi niño! ¿Has quedado con alguien, quizá? —
      pregunta  Dolores,  que  se  le  acerca  y  le  pellizca  la  mejilla  como  solía  hacer
      cuando su hijo era pequeño. La enternece ver cómo crecen sus hijos.
        David no sabe qué responder. Hay veces en que las madres tienen un sexto
      sentido,  pues  también  han  pasado  por  situaciones  similares  en  el  pasado.  Pero
      esto no quita que el chico se ponga algo nervioso y se beba el zumo de naranja de
      golpe.
        —Bueno, yo ya me voy, tengo prisa —se excusa, intentando evitar la trampa
      mortal.
        —Pero  ¿hoy  no  tienes  clase  por  la  tarde?  —Dolores  está  dispuesta  a
      sonsacarle.
        —Bueno, yo… Ejem… Quiero ir a la biblioteca, eso… A la biblioteca, sí… A
      estudiar… Y también tengo que acabar un trabajo, sí… —El balbuceo del chico
      es tan evidente que su explicación resulta del todo increíble, pero a su madre le
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