Page 235 - Abrázame Fuerte
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preparar la fiesta entre todos, y así Silvia compartiría algo de responsabilidad.
      Puede que David quiera ayudar también, o algún otro amigo de Bea… ¡Falta tan
      poco!
        A Silvia le cambia el ánimo. Preparar la fiesta la llena de buena energía y
      también es una buena excusa para quedar con las chicas, para pasarlo bien y
      cambiar  la  costumbre  actual  de  quedar  sólo  para  cortar  fuegos.  Sin  pensarlo,
      llama a Sergio.
        —¿Sí?
        —Eh, Sergio. —Silvia está tumbada en la cama y pretende sonar de lo más
      casual. En realidad, se da cuenta de cuánto le apetecía oír la voz del chico.
        —Hola, Silvia. ¿Has recibido mi mensaje?
        —Sí. Oye, ¿cómo estás?
        —Bien…  Un  poco  pachuchillo.  La  pierna  ya  no  me  duele  tanto  y  esta
      semana he salido a la calle. Me tendrías que ver. Parezco un viejo de ochenta
      años… En fin…
        —Poco a poco.
        —Sí, eso dice todo el mundo. Claro que, mientras pueda pintar, todo está bien.
        —Pues te llamaba porque… —Silvia se queda en blanco. « Y yo ¿por qué lo
      habré llamado? Seré tonta…» .
        —¿Porque tenías ganas de hablar conmigo?
        « ¡Maldita sea!» , piensa ella levantándose de la cama. ¡Sergio es más listo de
      lo que pensaba!
        —Bueno… —Intenta ganar tiempo. ¿Qué pasaría si le confesara que sí?—. La
      verdad es que… ¡Sí, eso, tenemos que organizar la fiesta de Bea! He pensado
      que…,  que…  —« ¡Venga,  Silvia,  piensa!» —…  Si  quieres,  podríamos  quedar
      para prepararla.
        —Ya. Por eso te he enviado el mensaje —responde Sergio con una sonrisa
      burlona que Silvia no puede ver pero sí percibir por el tono de voz utilizado por el
      muchacho.
        La  chica  no  sabe  qué  responder  y  la  línea  queda  en  silencio  durante  unos
      segundos. De repente se le ocurre una propuesta muy buena que la salvará de
      meterse en la boca del lobo:
        —Sí, lo sé, iba a proponerte que quedáramos esta misma tarde. Llamaré a las
      chicas y, a lo mejor, a algún otro amigo de Bea, y nos reuniremos en mi casa.
      Mis padres no están.
        —Ah, bien… Me parece bien… ¡No pensaba que serías tan rápida!
        Silvia se sonroja.
        —¿Puedes?
        —A ver, un momento que miro la agenda —bromea Sergio—. Hoy tengo que
      correr una maratón y creo que acabaré sobre las cinco. Me ducho y voy para
      allá.
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