Page 18 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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cia  eclipsaba  todo lo  demás, siendo  también  evidente  reflejo  o  tra­
      sunto  de  la  estructura  política  acadia,  tendente  al  nacionalismo  e
      incluso  a  entidades  políticas  más  complejas, supraterritoriales.  Era
      necesaria  la  presencia  de  una  divinidad  aglutinadora  de  todas  las
      demás, lo  mismo  que  lo  era  la  del  sharru  (el  rey)  en  la  tierra  res­
      pecto  a  sus  estados, príncipes, súbditos  y  esclavos.




                    E l  p a n t e ó n   s u m e r io  y   e l  a c a d io


         La  superior  cultura  sumeria  no  quedó  eclipsada  tras  la  desapa­
      rición  de  dicho  pueblo, sino  que  fue  adoptada  por  sus  continua­
      dores, los semitas acadios, llegando a fundirse tan íntimamente ambas
      culturas  que ya  no  se  desligarían jamás, motivando  con  ello  el que
      sea muy difícil determinar qué  elementos de la religión acadia eran
      originalmente  semitas  y  cuáles  sumerios.
         Tanto  los  sumerios  como  los  acadios  admitieron  la  existencia
      de  muchísimas  divinidades  de  carácter  celestial,  en  unos  casos,  e
      infernal,  en  otros.  Estas  divinidades  tuvieron  un  origen  que,  en
      ambas  concepciones  religiosas,  se  hundía  en  un  principio  acuoso
      primigenio.
         Por lo  que  respecta  a  lo  propiamente  sumerio  (y  hacemos  abs­
      tracción de sus diferentes escuelas teológicas), de un principio amor­
      fo y húmedo  (alusión  a la  diosa  Nammu, el  océano  primordial)  se
      hizo  nacer por emanaciones sucesivas  el  cielo y la  tierra, que  esta­
      ban en un principio  unidos  como  una montaña cósmica, hasta que
      fueron  separados  por  el  dios  Enlil.  Después  de  ello, se  procedió  a
      un  reparto: An  se  hizo  cargo  del  cielo  y  Enlil  de  la  tierra  (identi­
      ficada ésta, a veces,  con  la  diosa  Ninhursag).
         A  continuación,  otra  serie  de  dioses  dieron  origen  a la  luz  del
      día, a la  vida  vegetal  y  animal y, finalmente, a  los  seres  humanos  a
      partir —si  bien  hay  variantes—   del  barro  del  abismo  (el Abzu)  y
      por obra de Nammu, Enki y Ninmah. En  todo  esto hay  evidente­
      mente  una  teología  desordenada, muy  mezclada, y  por  ello  difícil
      de  aislar.  Sin  embargo,  de  esa  maraña  de  nombres  divinos  se  aísla


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