Page 221 - Lara Peinado, Federico - Leyendas de la antigua Mesopotamia. Dioses, héroes y seres fantásticos
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joven Dumuzi, por tercera vez, levantó sus manos al cielo, hacia Utu,
     el  dios  sol. Le  volvió  a  recordar, llorando,  que  era  su  cuñado,  que
     había  besado  los  labios  de  Inanna.  Le  pedía,  de  su  piedad,  que  le
     convirtiera  otra  vez  sus  manos  y  pies  en  los  de  una  veloz  gacela
     para poder  huir.  Finalizó  su  súplica  diciendo:
        — Utu, convertidos mis píes y manos en los de una gacela, podré
     huir  hasta  el  santo  redil, al  redil  de  mi  hermana.
        Utu  aceptó  su  lastimera  súplica  como  piadoso  que  era, le  testi­
     monió  su  compasión  y  cambió  sus  manos  y  pies  en  las  manos  y
     pies  de  una  gacela. Tan  pronto  como  escapó  de  los  demonios  y
     pudo  llegar  hasta  el  santo  redil,  el  redil  de  su  hermana,  nada  más
     llegar allí, Geshtinanna  dejó  escapar gritos  al Cielo y  a la Tierra. Su
     clamor  recubrió  el  horizonte  como  un  manto  y  se  extendió  por
     todas  partes  como  una  grandiosa  tienda  de  lino. Se  laceró  los  ojos,
     se  desgarró  la  cara, hirió  sus  encantadoras  orejas, laceró  sus  seduc­
     toras  nalgas  y  exclamó:
        — Hermano  mío, visto  que  te  persiguen  los  demonios,  escón­
     dete  en  el  redil  y  no  salgas  afuera.


        Pero  un  día, pasado  algún  tiempo, cuando  Geshtinanna  salía  de
     su  redil, los  demonios  la  vieron  y se  dijeron:
        — ¿Acaso  Geshtinanna ignora dónde se  oculta Dumuzi?  Si  mira
     con  desconfianza a  su  alrededor, si  lanza palabras  de  inquietud, eso
     es  señal  de  algo.  ¡Perfecto!  ¡Vayamos  a  su  redil!
        Cuando un primer par de demonios penetró  en el redil, la pare­
     ja prendió  fuego  a la  estaca  del  colgadero; cuando  un  segundo  par
     de demonios penetró  en el redil, lanzaron el cayado al fuego; cuan­
     do  un tercer par de  demonios penetró  en el redil, quitaron la tapa­
     dera  de  la  bonita  mantequera;  cuando  un  cuarto  par  de  demonios
     penetró  en  el  redil, descolgaron la  copa suspendida  de  un  gancho;
     cuando  un  quinto  par  penetró  en  el  redil,  arrojaron  al  suelo  la
     mantequera y la rompieron. N o  se podía ya verter leche. Arrojaron
     la  copa  al  suelo  y  la  destrozaron. Dumuzi  estaba  sin  vida. Sólo  los
     vientos  barrían  el  recinto  del  redil.




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